“Acércate  un poco y escucha lo que tengo para decir,
como niños durmiendo podemos soñar toda la noche.
Pero está saliendo la luna llena, mejor bailemos toda la noche,
vayamos donde suene la música, salgamos y sintamos la noche”.
Harvest Moon – Poolside (versión de Neil Young)

“Siempre que estoy esperando con el público enfrente, es ese momento en que yo respiro y sé que va a pasar algo entre nosotros y los que están ahí, que vinieron a ver la obra” nos dijo Raquel Ameri en su paso por Farsa Radio. Se refería al momento de dar sala en Millones de segundos, en el que su personaje espera, despojado de ropas, anticipando una entrega total, a todas las personas que están llegando a la función. Y es verdad: va a pasar algo entre nosotros.

Lo que va a pasar es que vamos a compartir un momento de pura y nítida emoción, nos van a sacudir un poco y con mucho. La historia del personaje de Raquel, es la de Alan, un adolescente trans youtuber con síndrome de Asperger. El director y dramaturgo, Diego Casado Rubio, partió del caso real de Kayden Clarke quien se volvió viral en el 2015 tras subir un video en el que su perro, Samson, entrenado como acompañante terapéutico, evitaba que el joven se autolesionara durante un episodio de crisis. Samson es llevado a escena por Víctor Labra, un perro humanizado y, por sobre todas las cosas, humano. Al menos, más humano en su comprensión hacia Alan que su madre, Clarisa. El mejor amigo del hombre, sin dudas.

Clarisa, papel que tomó recientemiente Estela Garelli reemplazando a María Rosa Frega, es una madre superada por todas las cosas que le suceden a quien ella todavía llama su hija. Su frialdad y rigidez ante el autopercibimiento de Alan; el peso de lo que puedan llegar a pensar los vecinos; la figura del padre ausente; la lucha contra el bullying; la imposibilidad de ayudarlo con su síndrome; todo le cuesta. Estela nos recuerda en la entrevista radial que la clave para componer su personaje es no juzgarlo, algo que como público nos cuesta hacer, pero que afortunadamente ella sabe separar y así lograr una actuación destacable.

El juego y compañerismo entre Samson y Alan es ese respiro y alivio que necesitamos en momentos de tensión cuando el mundo exterior e íntimo se vuelven extremadamente hostiles, y que se siente igual de bien a llegar a casa y que te reciba tu perro sobreexcitado. El sentido de justicia y total aceptación sin pedir explicaciones a cambio del perro, es totalmente necesario para transmitir eso que queda resonando en la cabeza al terminar la obra.

554 millones de segundos (y contando) son los que Alan lleva viviendo en un cuerpo que no es suyo. Las obsesiones matemáticas del personaje se hacen eco en la escenografía desarmable y rearmable que simula un gran cubo rubik, juego que se soluciona a través de algoritmos, al igual que utilizan internet y muchas redes sociales para funcionar. Con esta propuesta minimalista de cubos lumínicos de colores, se incorpora la frescura del nuevo lenguaje de los videos digitales en una puesta en escena teatral. Un acierto total de la dirección en el uso del espacio y la incorporación de la escenografía.

Es imprescindible dedicarle unas palabras al trabajo que realiza Raquel Ameri. Logra a este adolescente captando la esencia de lo juvenil y lo lúdico, y alejándose de los preconceptos sobre la transexualidad y el autismo. Eso sucede, es parte de él, pero no es donde la actuación hace foco. Y es allí donde se luce su trabajo: en esos recovecos de total felicidad con su mascota, en ese enamoramiento fugaz con una chica que lo ayudó, en sentir el contacto con la ropa que lo hace sentir cómodo, en su amor por sus seguidores de YouTube, en el punto álgido de entrega y alivio en el que no queda otra que ponerse a bailar.