Nos recibe la mesa del desayuno de una familia en un pueblo de origen galés en el sur argentino. En una casa que de tan cálida es una sonrisa. Una sonrisa tan pero tan grande que las comisuras de los labios tiemblan, acalambradas.
El gallinero está destruido, eso sí. Pero Walter asegura que va a reconstruirlo antes de que llegue la visita.
Walter es un carpintero metodista oriundo del lugar, orgulloso de su tierra y de su oficio de restaurador. Vive junto a su esposa María Rita, una porteña que hasta hacía algunos años no sabía cocinar ni un huevo frito y hoy llena su vida de comida casera y de palabras, orgullosa de su pan, su torta galesa y hasta de saber torcerle el pescuezo a una gallina. Estos dos samaritanos alojan también a Mariano, un muchacho con un pasado marginal y algo violento que se ha vuelto aprendiz de Walter. Los tres esperan a Ricky, el hermano de María Rita, que llega de visita desde Buenos Aires un día antes de lo pautado, dejándolos a todos con el gallinero expuesto.
Ese espectador foráneo que duplica al público va a empezar a desmontar el equilibrio en dinámica tensión que esta típica familia atípica guarda como trofeo. El trabajo sonoro, la escenografía e iluminación nos hablan desde el inicio de este universo de un realismo tan pronunciado, tan a propósito, que uno no puede evitar notar el aire enrarecido. Con trabajos excelentes de composición (especialmente los de Aimetta, Kamien y Eiro), los actores dan con estas figuras que se nutren de los prejuicios (positivos y negativos) del espectador para pegar una vuelta de tuerca inesperada y cuestionarlos.
¿Qué (o quién) es “mala madera”? ¿Quién define la calidad de la materia prima? ¿Qué formas tiene la violencia? ¿Quién destruyó el gallinero? La bondad, el altruismo, las relaciones asimétricas, el precio de los favores, van surgiendo a medida que nos metemos en la vida “privada y personal” de cada uno de estos personajes. Y ahí se instala la pieza: en la fisura, en la grieta de la madera que por más capas de pintura que sumemos, sigue estando. En todos, y entonces la pequeña grieta adquiere proporciones inmensas.
La fuerza de Mala madera radica en que abre interrogantes que no cierra; se instala en un lugar de incomodidad entre la risa y el espanto, la corrección a ultranza que devela lo más incorrecto, y no deja al espectador terminar de acomodarse: ni en su butaca ni en su cabeza.
Ficha técnico artística
Dirección: Diego Cremonesi
Dramaturgia: Diego Cremonesi
Actuación: Federico Aimetta, Jorge Eiro, Felicitas Kamien, Eduardo Pérez Winter
Supervisión dramatúrgica: Walter Jakob
Asistencia de dirección: Juan Zurueta
Iluminación: Adrian Grimozzi
Ambientación: Cecilia Orsini
Diseño sonoro: Diego Cremonesi, Juan Zurueta
Realización de escenografia: Juan Zurueta
Video: María Victoria Andino, Susana Leunda
Fotografía: María Victoria Andino, Susana Leunda
Diseño gráfico: Ricardo Baldoni
Asistencia técnica: Enrique Lunazzi
Asistente de producción: Susana Leunda
Producción general: Juan Zurueta
BECKETT TEATRO
Reservas: 48675185
Duración 70 minutos