“lenguas vivas lamiendo lenguas muertas
lenguas menguadas como medias
lenguas, luengas, fungosas:
este lenguaje de la historia / cuál historia?”
Néstor Perlongher

De un lado, la prosa. El decir de las novicias. La planicie del lenguaje, la claridad del mensaje, la comunicación lisa y llanamente.

Del otro lado, el verso. La poesía de las brujas. La materia prima de la metáfora, la musiquita de las palabras.

En el medio: lengua, lengua, lengua.

En este convento, dos brujas se infiltran con el objetivo de salvar a la hija de la panadera, a quien quieren quemar en la hoguera. El veredicto final lo dará el lenguaje, que penetra en los personajes de forma elástica y juguetona como la lengua misma.

La funcionalidad de la lengua de gustar y deglutir, sirve como disparador para la persecución de la panadera. Osa amasar mejor que su colega de la iglesia. Sus productos saben más ricos, y esa capacidad de encantamiento que tiene el buen sabor solo puede ser una práctica de bruja. El goce, siempre el goce, corrompe y seduce al de voluntad débil: ¡que arda la que ose blasfemar!

No solo se involucra la lengua como órgano capaz de modular sonidos, formular palabras, darle cavidad al mensaje. También está el pop. Otro medio que interactúa con las brujas y las novicias como conductor hacia la perdición. Las palabras brotan y brotan, y, en contraposición, la hojarasca y las ramitas secas del escenario parroquial refuerzan la idea de que no hay nada fuera del lenguaje.

Esta obra de Carolina Mazzaferro ganó el 14° Premio Germán Rozenmacher de Nueva Dramaturgia. Su equipo en escena y detrás de escena está conformado, predominantemente, por mujeres. Una forma de trabajo y una voz cada vez más fuerte en la cartelera teatral. Con ganas de hablar de género, claro, pero también de todo lo demás. Con ganas de crear la  prosa y el verso.