Las relaciones de poder presentan infinitas combinaciones. Y si esta combinación incluye una disputa entre sexo, clase y condición social, el efecto de ebullición puede ser exorbitante.
La Señorita Julia se mete de lleno en estas cuestiones y a la manera filosófica de Michael Foucault nos permite entrever las tensiones latentes en el aparato de poder y el de la sexualidad. Con dirección de Cristina Banegas, este clásico de Strindberg con la adaptación que realizaron Alberto Ure y José Tcherkaski allá por los años ’70, se convierte en un perfecto muestrario de las relaciones de poder. La acción transcurre en la Noche de San Juan, una festividad cristiana muy arraigada a la cultura europea en la que se celebra el solsticio del verano con grandes fogatas que pretenden aumentar la fuerza del sol. Y si hay algo que le sobra a esta obra, es fuego. Arde de comienzo a fin y eso la convierte en una magnífica tragedia contemporánea.
Julia está encarnada por Belén Blanco que deja literalmente todo en el escenario. Su cuerpo parece danzar etéreamente con sus palabras y por sobre todo con su deseo. Ella es noble, la hija del Conde y esa fatídica noche decide sumarse a la fiesta que dan los sirvientes y entregarse al deseo. Allí comienza su conquista con Juan, el mayordomo que interpreta Diego Echegoyen. Ambos personajes se confrontan en sus condiciones de clase y dejan entrever el erotismo latente que los rodea. Julia esta descontrolada, quiere violar las reglas, sentirse libre y entregarse al ardiente deseo. Juan lucha con su instinto sexual y sus ansias de acceder a esa mujer que no sólo representa lo femenino, sino también la clase alta vedada a su condición de sirviente.
Las relaciones de poder atraviesan toda la obra y van mutando de portadores con el devenir de las acciones. La pulsión sexual está latente, ella lo busca, él se modera. Ella demuestra seguridad y poder, él recato y ubicación. Pero uno de los grandes aciertos de la obra es el giro de roles que se presenta luego de consumado el acto sexual. Julia se entrega como mujer y en esa entrega se vuelve vulnerable y su seguridad se convierte en súplicas hacia Juan que toma el mando de la situación. Un reflejo de la sociedad machista en la que el hombre, una vez cazada la presa, pierde el interés por ella y la mujer queda sumida en un enamoramiento novelero por aquel que ya no la corresponde.
En este intercambio de pasiones también desempeña un rol importante Cristina (Susana Brussa) quien viene a representar los inquebrantables valores católicos, que no dejan de ser a su vez condiciones de poder. Un poder que puede ser entendido de muchas maneras, y esta pieza demuestra múltiples encarnaciones del mismo. Los sirvientes nunca dejan de sentir la constante vigilancia de su patrón, el Conde. Quien no está, pero sus botas por lustrar enmarcan una esquina del escenario simbolizando la perpetuidad del poder. El vestuario y la iluminación describen perfectamente la atmósfera de la obra. Entre luces cenitales y colores ocres los cuerpos de estos tres actores se fusionan en la escena y se entregan a los sentimientos más primitivos.
Y Julia termina sangrando, por dentro y por fuera. Porque ella es fuego.
Ficha técnico artística
Dirección: Cristina Banegas
Autoría: August Strindberg
Adaptación: José Tcherkaski, Alberto Ure
Actuación: Belén Blanco, Susana Brussa, Diego Echegoyen
Vestuario: Magda Banach
Escenografía: Magda Banach
Iluminación: Sebastián Marrero
Realización de vestuario: Camila Orsi
Música original: Carmen Baliero
Fotografía: Juan Pablo Viera
Diseño gráfico: Ivanna Locmanidis
Asesoramiento coreográfico: Virginia Leanza
Asistente de producción: Agustina Márquez Merlin
Asistencia de dirección: Betty Couceiro
Prensa: Carolina Alfonso, Valeria Piana
Producción ejecutiva: Ivana Nebuloni
Producción general: Ignacio Fumero Ayo, Fernando Madedo
Este espectáculo formó parte del evento: 31 Fiesta Nacional Del Teatro – Tucuman 2016
EL EXCENTRICO DE LA 18º
Teléfonos 4772-6092
Sábado 20 hs.
$ 250,00
Duración 70 minutos