A primera vista, La forma de las cosas de Neil Labute podría confundirse con una comedia más sobre un personaje que no encaja del todo con los estereotipos que la sociedad nos impone y su viaje de transformación hasta adecuarse con ese ideal. Por suerte, una mirada más completa y profunda revela que la obra trata temas mucho más intrínsecos a la condición humana: quiénes somos, cómo nos transformamos, por qué y, aún más interesante aún, si esa manera que tenemos de ser está éticamente bien o mal.

La historia empieza con Andrés, un pibe que se acerca bastante al estereotipo general de perdedor y que trabaja en un museo en donde su obligación es ser el guardián del status quo y el orden. Esta estabilidad se quiebra frente a la aparición de Evelyn, quien además de ser un interés amoroso, es una clara fuerza de cambio, de revolución y cuestionamiento a las formas preestablecidas, tanto del arte como de los vínculos. A estos dos se suman Felipe y Jennifer, amigos de Andrés, que serán testigos de su transformación y hasta tendrán alguna mano en ella.

No hay mucho más que podamos decir sin arruinar el truco, como en la disección de la rana, si la abrimos podemos entender cómo funciona, pero deja de estar viva en el proceso. Lo que sí podemos decir es que, si bien la obra tiene marcados rasgos de comedia negra, también transita lugares mucho más oscuros y duros, y mucho más ricos para explorar. Las actuaciones en general, y las de Gastón Cocchiarale y Juan Luppi en particual, están perfectamente a la altura de la complejidad del texto y logran contar una historia que podría considerarse controvertida, sin caer en una lectura simplista y prescriptiva.