El teatro se tiñe de cine en esta obra de Sergio Calvo inspirada en entrevistas y relatos de Manuel Puig. Tres mujeres protagonizan una historia pequeña, refugiándose en la ficción para evitar el aburrimiento de su cotidianidad en un pueblo de la pampa seca. “Yo rechacé totalmente la realidad que me tocó vivir. Las comedias, los musicales: esto para mí pasó a ser la realidad. Lo otro, el pueblo, era como un western al que yo había entrado por error, una película de la que no me podía salir. Solamente me sentía cómodo en el refugio de la penumbra del cine” dijo Puig y sirvió como disparador para contar este universo metaficcional repleto de sensibilidad.

Estela (Malena Schnitzer) trabaja en una pastelería, cuya trastienda es el set donde sucede todo. Su compañera y mejor amiga Blanca (Paula Manzone) acaba de irse a la city porteña con la fantasía de convertirse en una estrella de cine. Llega Liliana (Elisa Bressán) -la nueva- para convertirse en la compinche respostera. Entre tortas, ilusiones y llamados zapatofónicos, se van tejiendo redes vinculares a corta y larga distancia, donde las identidades irán mutando de la mano de los films que muchas veces parecieran más reales que la vida misma.

Blanca, recién llegada a esa ciudad “muy grande donde no se duerme siesta”, va relatando sus andanzas a su amiga del pueblo, viviendo una vida que cada vez se torna más ficticia, con promesas que quedarán en el olvido, como su propio nombre y origen. Mientras, Estela y Liliana se quedan en las callecitas de tierra con la certeza de saber que “si nacés acá, te morís acá”, buscando entonces un poco de adrenalina a través de sus estrellas favoritas.

La búsqueda cinematográfica rebalsa por cada rincón de esta puesta, no sólo por la temática, sino por esos primeros planos tan logrados a través de la iluminación, o el soundtrack original que empalma cada escena como si viésemos realmente una película.El universo Puigiano no es fácil de plasmar, sin embargo Sergio Calvo lo hace magistralmente. Cabe destacar no sólo su labor como puestista sino com director de actores, en este caso, de tres fantásticas actrices, cada una ocupada en lo suyo, sin guardarse nada. Malena Schnitzer sobresale por su ritmo, su innata comicidad y su sensibilidad a flor de piel.

Una perlita que vale la pena ir a ver, quizá con pochoclos en mano para sumar desde la platea el ingrediente que complete la vivencia fílmica y que convierta definitivamente al teatro en un cinematógrafo de los años 60.