Una mujer-niña en busca de su padre, de su abuela, de las hermanas-caballo, de sus recuerdos. Seguramente escapando de algo, aunque no logramos adivinar qué. El primer “click” de una foto: el recorte de la realidad que elijo ver. Un pedacito de papel con un refrán enigmático.

Haya llega al viejo Hotel Goitías en el pueblo de su infancia, de sus veranos, buscando recuerdos de su padre, para encontrarse con el nuevo encargado. Este a su vez la sumerge en el mundo de las hermanas-caballo –casi parientes lejanas de la esfinge- a las que nadie puede acercarse sin sufrir un terrible infortunio. Como en un mismo impulso Haya sale a buscarlas, en el preciso momento en que Juan llega buscándola a ella, para desencontrarse. La historia avanza entonces en un juego del gato y el ratón a cuentagotas que no entendemos demasiado bien, y nos pasea por personajes de este pueblo que rozan el estereotipo para elevarse y caer en el delirio cómico.

Así la obra se vuelve una revisión en clave posmoderna -con muchas licencias poéticas- de la cultura popular, un bonito cuento con forma de rompecabezas, donde las piezas no encastran sino que prefieren superponerse, para que la historia que uno creía estar siguiendo se transforme incesantemente en otra.

Haya es un caleidoscopio: fragmentaria y con un hermoso uso de la iluminación, inventa mitos provincianos que se cuentan una y otra vez: a cada vuelta de la rueda los fragmentos se combinan para iluminar una forma distinta, como sucede siempre con los mitos.