Destacada
60'

Gigante, el nuevo espectáculo de Toto Castiñeiras, le hace justicia a su propio título. El despliegue del elenco se ve, se siente y se escucha absolutamente desmesurado. La enormidad de lo que pasa en el escenario te arrebata todos los sentidos y genera una experiencia casi hipnótica. 

Este efecto viene en parte, creo, de la apabullante multiplicidad de la obra que no deja espacios vacíos. Son treinta (¡!) los cuerpos en escena. Por momentos, se mueven en conjunto, como si fueran las moléculas siempre vibrantes que componen un líquido: cada performer tiene su coreografía que se disuelve en la acción colectiva. A veces, en cambio, la acción se fragmenta en varios núcleos, dispersos a lo largo del escenario.

Tampoco hay espacios vacíos en lo sonoro: incluso cuando amaina el bochinche de gritos, silbatos y campanas, siempre se escucha por debajo un zumbido entre industrial y angelical. Cuando la acción se divide, cada grupo tiene líneas de diálogo que solo son audibles para los espectadores que están muy cerca. Yo misma empecé a preguntarme qué estarían diciendo en las otras partes del escenario.

Y, ya que estamos, hablemos del escenario, porque es importante. El espacio donde sucede el espectáculo es largo y angosto como un pasillo. Los espectadores estamos dispuestos, en dos filas de asientos, a lo largo de los lados más extensos. Por las dimensiones del espacio y la cercanía entre escenario y público, es imposible que un solo espectador abarque todo lo que sucede en un momento dado. Así, el espectáculo enfatiza la particularidad de cada experiencia receptiva individual: para verlo todo, ni hablar de para analizarlo o entenderlo, necesitaríamos que nuestros sentidos se sincronizaran hasta convertirnos en un solo súper-espectador colectivo. 

Entre tanto, tanto los espectadores como los performers, seguimos siendo individuos. ¿Pero actuamos como tales? En el escenario siempre hay alguien dando órdenes con un megáfono. Cada tanto, alguno de los performers se corre de lo establecido. La primera en hacerlo habla sobre un amor no correspondido, pero no pasa mucho tiempo hasta que vienen a retarla: “Vuelva a entrar, señora. Cruzó todos los límites”. Le piden silencio, aunque es ella la que logró que todos los demás dejen de gritar. Se habla de la bestia, que parece ser el motor detrás de todo el movimiento regimentado, por momentos espasmódico, de los performers. 

Algo ominoso, como ese sonido zumbante, subyace toda la acción del espectáculo, que avanza a fuerza de repeticiones y acumulaciones. El nivel de energía de la obra hipnotiza y eleva desde el principio. Durante 60 minutos, me dejo llevar, boquiabierta, por el estímulo sin descanso de gags y piruetas. ¿Y qué pasa cuando termina? Cuando salgo de nuevo a la tarde de invierno en Chacarita me siento un poco aturdida y chiquita: ahora nadie grita, nadie salta, nadie hace vibrar el piso. Mi cuerpo volvió a ser solo mío y no ya de la obra que, parafraseando a Benjamin, no busca ser atractiva sino un proyectil que choca contra todo destinatario. 

Ficha técnico artística

Dirección: Toto Castiñeiras

Dramaturgia: Toto Castiñeiras

Intérpretes: Nicolás Abdala, Sol María Acuña, Lucas Avigliano, Lucas Baca Cau, Anibal Cabrera, Paz Camelli, Samanta Melany Dayan, Emilia Espina, Patricio Felix Penna, Meu Gutierrez, Candelaria Lamarca, Pablo Lescano, Dani Macri, Omayra Martínez Garzón, Anahí Medrano, Stella Maris Minichiello, Matias Pedernera, Leonela Tamara Petrizzo, Lucia Rabey, Julieta Raponi, María del Mar Juan, Maria Soledad Rivero, Marina Robagliati, Pedro José Sacon, Leandro Sartoretti, Alberto Soubelet, Celina Tellería, Joaquín Vázquez, Mauro German Vezzetti

Asesoramiento coreográfico: Max Cargnello, Rocío García Loza

Asesoramiento corporal: Max Cargnello, Rocío García Loza

Asesoramiento en acrobacia: Max Cargnello, Rocío García Loza

Producción ejecutiva: Rocío Gómez Cantero

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