Todos los días, el rebaño va voluntariamente en tren, subte o colectivo, hacia su propio matadero conceptual. Van en horda, en manada, hacinados como ganado, a repetir sus reiterativas tareas. Cada individuo con su uniforme, mameluco o indumentaria igual a la de sus pares, perdiéndose así en el anonimato del grupo. Los oficinistas, los trabajadores de cuello blanco, todos con el mismo aspecto, todos con la misma lucha interna.

Empleados es una mirada sobre esa realidad palpable que inunda la urbe moderna de trabajar en cubículos, almorzar en descansos de 30 minutos y los vínculos que eso genera. Con una sucesión de viñetas que si no tienen una correlatividad narrativa sí la tienen conceptualmente, la obra inspecciona los escenarios típicos de la vida laboral, tomándose la licencia de exagerarlos tanto que resultan un calco magnificado de la realidad.

Probablemente el hecho de que la obra nazca de un seminario, que los actores sean jóvenes y estudiantes, le permite tratar escenas de las que claramente tiene conocimiento de causa y parece haber experimentado en carne propia. Esa lectura joven está llena de crítica y de cuestionamiento, pero también de cierto humor sano y un respeto por el formato que la salva de ser tan solo una muestra de estudiantina.

Empleados entonces es una exploración digna de una realidad que está presente en la vida de todos, pero que tal vez no está tan reflexionada como otros ámbitos que aborda el teatro. El resultado es un análisis que nos plantea la eterna dicotomía entre la seguridad de ser un borrego más o arriesgarse a romper cadenas y renunciar a tener más patrón que uno mismo.