O la generosidad del buen teatro 

Estamos invitados a una verdadera fiesta teatral: El Avaro de Molière con dirección de Corina Fiorillo y el protagónico de Antonio Grimau, es uno de los lujos que programó el Complejo Teatral de Buenos Aires para la reciente reinauguración tanto de sus teatros como de su programación, y la sede es el Teatro RegioFarsa Mag tuvo la alegría de festejar en el día de su estreno. 

Podríamos decir, simplificando un poco la historia, que la obra es una historia de amor: la del francés Harpagón, con su fortuna. Su vida giró siempre en torno a la formación y preservación de su amada, pues la forjó con sacrificio a partir del ahorro, la guardó recelosamente en un lugar desconocido por los demás, y la desea cada vez más voluminosa para el futuro. En vistas de esto último, planea unos estratégicos enlaces matrimoniales, avasallando las voluntades individuales de los involucrados, para sus hijos y para él mismo. Los involucrados no son más  que fuentes de ingreso para él y medios para cumplir con su cometido.

Este clásico de la comedia francesa en cinco actos escrita hace ya casi 350 años, es un desafío intimidante para cualquier hacedor de teatro. Hay quienes dicen que los clásicos se determinan como tales porque evocan siempre algo sobre el tiempo que los pone en escena. Es dudoso que sea tan sencillo y tan autónomo. Entonces, ¿qué es lo que hace falta para lograr este objetivo? Un equipazo que no sea codito con lo que logra y entrega.

Que a la directora teatral Corina Fiorillo se le puede confiar esto, lo sabemos, por más de que esta sea su primera vez con un clásico. Su trabajo se caracteriza por la vastedad y la fluidez entre los varios circuitos del teatro en Argentina. Por ejemplo, este año tiene cuatro obras de su dirección en cartel en Buenos Aires, una quinta que ya bajó, y otra en la Córdoba española. 

A Fiorillo la comedia le sienta bien. Sabe cómo nutrirse de buenos elementos para asumir el desafío del clásico. Uno de ellos es la escenografía de El Avaro: lograron hacer giratorio el escenario del Regio. Bueno, no en sentido literal, pero el efecto está muy bien logrado a partir de una estructura metálica con paneles que permiten una transparencia lumínica y que los actores van abriendo, cerrando y atravesando según precisen. Lo lindo de esto es que no está tapado cuando ingresamos a la sala y, al ser un cubo gigante plantado en el medio del escenario, antes de que inicie la función ya podemos relajarnos: no vamos a ver un Avaro hiper-realista, ¡menos mal!

Otro aspecto fundamental es lo musical. Y es que la directora se armó una bandita para la ocasión integrada por cuatro actores músicos que acompañan los actos a modo de coro griego, lleno de gags, con un estilo musical balcánico, y nos mantienen en contacto con la realidad haciendo comentarios en escena sobre los motivos por los cuáles Corina (así se refieren los personajes a ella) los eligió para la obra, entre otras cosas.

Mención especial para las actuaciones. Además del trabajo del protagonista -que, vale la pena aclarar, también debuta con su primer clásico-, es justo destacar el trabajo de Silvina Bosco, Iride Mickert y Julián Pucheta. En términos generales y con un alto nivel de comicidad, los personajes son una cruza de sus sentimientos más bajos y grotescos con una ejecución muy sensata y humana de los mismos. ¿Cómo no dejarse emocionar por el monólogo del enorme Antonio Grimau en la piel de Harpagón, en el momento en que descubre que su fortuna fue robada (saludos para la policía anti-spoiler)? Sí, usamos emocionar y fortuna en la misma oración. Pero allí está la cuestión: en dónde está puesto el objeto de deseo de los personajes y cómo eso conmueve emociones reales (de las que sí son socialmente aceptadas) gracias al trabajo actoral. Siguiendo con el ejemplo, el Harpagón de Grimau es por momentos un personaje absolutamente adorable y risueño, que sólo quiere conservar su platita a costa de la felicidad de los demás, y a uno como espectador lo compra tanto que le dan ganas de pedir que lo dejen.

Allí está, también, el gesto actual de lo que nos propone revisar este clásico: cuáles son los objetos de deseo que nos movilizan, qué sentimientos movilizan y cómo es posible que nos riamos de lo trágico en sentir más afecto por las posesiones que por lo humano.

En definitiva, este equipazo de entrega generosa que se le plantó a la temible responsabilidad del clásico, logra una puesta consistente, que en sus 120 minutos de duración no baja nunca la vara del humor y el rigor escénico.

Ficha técnico artística

Dirección: Corina Fiorillo

Autoría: Jean-Baptiste Poquelin (Molière)

Versión o traducción: Corina Fiorillo

Actuación: Silvina Bosco, Lisandro Fiks, Maia Francia, Antonio Grimau, Hernán Lewkowicz, Marcelo Mazzarello, Iride Mockert, Edgardo Moreira, Martin Portela, Julián Pucheta, Nelson Rueda, Mercedes Torre, Nacho Vavassori

Dirección musical: Rony Keselman

Coreografía: Mecha Fernández

Asesoramiento Corporal: Mecha Fernández

Música (original): Rony Keselman

Asistencia artística: María García De Oteyza

Diseño de Escenografía: Gonzalo Cordoba Estevez

Diseño de Vestuario: Gonzalo Cordoba Estevez

Iluminación: Ricardo Sica

Diseño sonoro: Ivan Grigoriev

Prensa: Complejo Teatral de Buenos Aires

Producción: María La Greca

TEATRO REGIO

Av. Córdoba 6056

Teléfono: 4772-3350

complejoteatral.gob.ar

Jueves 20:30 hs
Viernes 20:30 hs
Sábado 20:30 hs
Domingo 20:00 hs

$ 170,00 / $ 120,00 / $ 85,00

Duración 120 minutos

Acceso para Farsos

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