El almirante está enfermo, viejo, babeado, postrado, ausente… hasta se hace caca encima. Pero a pesar de su decrepitud ella sigue a su lado. Porque la luz de su maravillosidad, su nobleza, su firmeza de carácter y uniforme siguen brillando en la memoria de esta mujer que es, por supuesto, su mujer.

Ella se ocupará de contarnos su historia y, casi sin quererlo, la suya propia. Una mujer de alta sociedad que defenderá a capa, espada, racismo y gorilismo la figura de su marido militar y las ideas que impulsaron la última dictadura argentina.

Un unipersonal que refleja un alto grado de compromiso político y de actuación. Anclada, a veces, en cierta generalidad, y otras en una asertiva observación, El almirante es una obra destinada a un público crítico de la dictadura del ’76 y de la clase social que la apoyó. Sin embargo, sería muy interesante ver a una señora de esa misma clase como espectadora, y confirmar cuánto se identifica y cuánto se distancia de esta teatral representación de sí misma.