Tres mujeres. Cada una un modo de expresión. Cada una una fuente de energía. Una situación fortuita (o no tanto) encierra a las tres en un espacio mínimo. Esta es la premisa de Dínamo.

Como un enroque de movimientos continuos, estas tres mujeres van cruzándose en su hacer y la obra se arma por la sucesión de sus propios procedimientos. Se construye a partir de estímulos visuales, físicos, auditivos, sensoriales, que abren espacios de indeterminación para despertar la curiosidad de un espectador que complete o cree el sentido (corriendo el riesgo de sostener la indeterminación demasiado tiempo, y de llegar a un hermetismo abrumador que en lugar de estimular la imaginación, la anule). Paula Ransenberg cumple una labor magistral dentro del código propuesto, despertando un universo poético de posibilidades en cada una de sus apariciones, sin dejar caer la atención jamás.

Y sin abandonar cada una ni su voz ni su tesitura, los primeros cortocircuitos entre las tres empiezan a organizarse en otros circuitos, y entendemos (adivinamos, creemos, creamos) que entender no es hablar el mismo idioma, igualar el abismo entre el otro y yo, sino interpretarse e interpelarse todo el tiempo.