La primera palabra de Bodas de sangre es “Madre”. Pero cuando el Novio (Alfredo Staffolani) la pronuncia, ya estamos entramos de lleno en el mundo que Vivi Tellas crea para poner en escena el texto de Federico García Lorca. Como ya había hecho con La casa de Bernarda Alba en 2002, Vivi Tellas comienza creando un paisaje de sonidos (a cargo de Diego Vainer) y luces (bajo la dirección de Pastorino) que pone al público en aviso de la tensión que recorrerá toda la obra. 

La obra comienza y cierra con momentos donde prima lo abstracto: al principio, una mujer sola bajo la luz difusa y acompañada de un zumbido metálico, al final un grupo de mujeres, un manchón de sangre y un alarido que podría ser infinito. Son dos imágenes de altísimo vuelo poético, que dejan con ganas de que la puesta se hubiera comprometido a fondo con el estilo abstracto. 

Enmarcada por estas dos escenas, el resto de la puesta parece debatirse entre la abstracción despojada y un realismo recargado, sin que estos parezcan sucederse con ningún tipo de ritmo particular. Y aunque ambos están bien manejados dentro de sus parámetros poéticos, la mezcla resulta simplemente confusa. Y este vaivén entre dos pactos estéticos tan distintos desluce un poco momentos bellísimos como las escenas de canto y baile flamenco. 

La dirección de escenografía, a cargo Guillermo Kuitca, tiene su momento estelar en la escena de persecución de los amantes. Ahí, en el momento climático, la luna exagerada es un símbolo perfecto de toda la obra, que es un desborde constante de odio y lujuria. Estructuras simples, como el arco que representa la casa de Leonardo (Nicolás Goldschmidt) y su esposa (Laura Nevole), logran agregar dimensión a la escena sin correrse de la estética abstracta inicial. 

María Onetto es, como siempre, intachable. Los diálogos de su personaje, la Madre, están llenos de frases terriblemente trágicas, que Onetto despacha con la voz ahogada. Su dolor es el hilo conductor de esta obra y el elemento más cohesivo en una puesta que por momentos se siente despareja.