“En esta obra la oscuridad es muy importante, así que si les llega un mensaje de texto sean tan amables de leerlo después de la función. Gracias” El acomodador.
Fiesta. Boliche. Adentro la pista de baile. Afuera el banquito: los deprimidos que filosofan bajo la parra. El espacio está hecho de luz: apenas alguna linterna que alumbra primero una pierna, una parte de la cara, un cuerpo que baila, otro que se sienta a mirar. Amar concentra un estilo oso panda: la obra transcurre entre luces y sombras, como si observásemos todo con un ojo tapado.
Y así están: un grupo de amigos que rondan los cuarenta. Sepultados bajo la música disco, en pleno momento estridente (mucha mandíbula, mucho grito, mucho codo y comentario jocoso). Laura y Rafael son pareja hace diez años. Carolina y Christian hace ocho. Sebastián es el adolescente estructural del grupo (así le dicen) pero de repente ha decidido amar para toda la vida y les presenta a la joven Ana, la forastera de veinte, que (él insiste) será a partir de ahora su única mujer. Bueno ¿cómo seguir desde de acá?
A veces es difícil dar en “el tema” de una obra porque, sobre todo cuando es buena, no refiere a una categoría o dimensión de la vida, sino que comunica algo más global. Amar seguramente trata acerca del amor, pero por lo menos acerca de ese amor agresivo que sólo los años pueden construir, donde el humor está siempre atento para venir a decir las cosas más terribles. Cada pareja, entonces, es un software de frustraciones: tan consolidado que funciona a cincuenta y ocho megas por segundo. El contraste son Sebastián y Ana que, aprendiendo a quererse tras dos breves meses de relación, sufren el desencanto y la burla de las otras dos constelaciones. En fin, que todos están de mediocridad hasta el cogote. Pero la vida sigue, la lengua es larga y hay una conciencia aguda sobre la expiración de la juventud:
“No me voy a separar, tengo 36. Entre que lloro, me deprimo y me recupero, un añito más: 37. Después adelgazo, voy a terapia cuatro veces por semana, me repongo y conozco a alguien, 38. Pero es el chongo de transición. Así que para cuando llega el arquitecto y empezamos a salir, ya tengo 39. Y si quiero tener un hijo tengo que empezar un tratamiento de fertilidad. Y me gasto todos los dólares en el tratamiento. No, no me voy a separar. Chin, chin.” (Laura).
Alejandro Catalán maneja con maestría la construcción de esa respiración nocturna, esa sensación de VHS donde todo es un poco irreal y corrido. Y en esa autorización que otorga la oscuridad. La frivolidad de la fiesta que invita de decir verdades, se arma la podrida. Porque todos se conocen mucho menos de lo que piensan. Las fiestas son los mejores lugares para pasarla mal, eso seguro. Y todos participan de esta placenta casi filosófica según la cual la vida ha metido mano y no hay nada que hacer ¿Nada?
La obra hay que verla, porque se aprende a vivir, a amar y actuar (los intérpretes hacen de sus personajes verdaderas personas). Antes de salir, leemos en un pedacito de papel: “Por una ordenanza municipal debemos informar que los cigarrillos que se encienden son de salvia y no de tabaco, que la bebida no es alcohol, y que nada de lo que acontece en la obra es cierto”. Mmm… Capaz que no.
Ficha técnico artística
Dirección: Alejandro Catalán
Actuación: Ximena Banús, Miguel Ángel Bosco, Edgardo Castro, Natalia Di Cienzo, Federico Liss, Paula Manzone
Realización escenográfica: Mariano Sivak
Vestuario: Ana Press
Iluminación: Alejandro Catalán, Matías Sendón
Diseño sonoro: Bruno Luciani
Musicalización: Bruno Luciani
Operación de sonido: Bruno Luciani
Fotografía: María Sábato
Diseño gráfico: Verónica Rositto Gritti
Asistencia artística: Felicitas Kamien
Asesoramiento musical: Sergio Catalán
Asistente de producción: Jorge Eiro
Asistencia de dirección: Rita Gonzalez
ESTUDIO ALEJANDRO CATALÁN
Lunes 21:00 hs.
Reservas: Amar, la obra – Facebook