After diez años, la obra icónica de Maruja Bustamante está de regreso. Recargada y a filtro negro, son varias las razones que acompañan su segunda ronda de shots hamletianos en pagos formoseños.

Cuando Adela y sus secuaces pisaron el escenario en el año 2007 se produjo un antes y un después en la imparable producción de esta mujer del teatro, que estaba revelándose autora y directora al unísono. Ya desde su estreno en el ciclo “Panorama Work in Progress” del Centro Cultural Ricardo Rojas, fue recibida para la nominación. Además de las largas temporadas en el Abasto Social Club durante el 2008 y en el Teatro del Pueblo durante el 2009, la obra participó en el Festival de Teatro Independiente “Buenos Aires, Sala Abierta” y  también formó parte del  “VII Festival Internacional de Buenos Aires – FIBA 2009”.

Re editarla hoy supone una intención determinada que aparece como subtexto principal, y que está vinculada a la fuerte y activa conciencia que la mujer detrás de escena elabora sobre el propio trabajo. Esa intencionalidad es justamente lo que detona el hecho artístico, que se hace cargo de su fuerza. Además de los ya múltiples significantes que presenta el texto, el compromiso ante la totalidad de la obra, ante el papel de ejercer la fuerza del teatro desde sus diferentes disciplinas  -como espacio constructor de imágenes colectivas-, se manifiesta testigo de un motor que esta puesto en marcha hace tiempo y sigue con bocha de batería, dispuesto a pasar por todos los procesos de escritura y de hechura que sean necesarios para seguir y resistir.

Esa misma energía se respira en el escenario y también conmueve por ser un clásico adaptado a nuestra (épica) modernidad. En este caso, la tragedia tendrá lugar en el seno de una familia adinerada instalada en Formosa. Mientras esperan el cuerpo, Adela de luto porque su padre ha muerto, prefiere salir a cazar patos. Su padre se presenta en forma de fantasma para pedirle venganza y develar ante la protagonista la serie de negociaciones y lujurias cruzadas que la rodean.

La puesta protagonizada por la pelo-pincho rebalsada de bolas de pelotero se mantiene pero más tuneada, y comparte con su nueva compañera, la estelar escalera del Espacio Callejón, apropiadísima para anclar el drama en su aspecto tridimensional y majestuoso. Detrás de escena Gonzalo Pastrana musicaliza en vivo, a ritmo punky. El elenco actoral integrado por Bárbara Massó, Yanina Gruden, Diego Benedetto (único integrante ¿sobreviviente? de la primera versión), Julián Chertkoff, Luichi Almeida, Ariel Pérez De María y Paula Schiavon nos transporta a la cruel realidad que embarcan las acciones de sus personajes, astutos y con decisión avasallante. La máquina engrana texto, cuerpo e imagen, como para que no quepa lugar a dudas que estamos en el teatro. Los ejes temáticos están a la orden del día (la tela araña estatal, el rol de la mujer, los vínculos sociales, la sexualidad a flor de piel). Es que cuando no se dice lo que se debe, fisgonear en la oscuridad se vuelve necesario para encontrar lo que de tan iluminado ya no se veía.

En esta era donde -herencia de los noventa- la espina pesimista que ha inspirado la fábula se siente otra vez tan pinchuda, darle cuerda a la máquina que nos devela la farsa no podría ser un gesto más atinado. Es como si Maruja en otra apuesta a su genio y amuleto, dispuesta a descuartizarnos si comprueba nuestro crimen, nos dijera con el espíritu de Hamlet “gocen del teatro y su poder”. Pero no nos lo dice ella, no los dice su obra.