El Festival de Teatro de Rafaela es siempre una fiesta, y esta año cumplió 15 años ininterrumpidos de artes escénicas en vacaciones de invierno. Si bien hubo que hacer algunos ajustes -como todo lo que toca al ámbito de la cultura, hello macrisis– y la programación fue un poco más acotada que las ediciones anteriores, la calidad de las obras y el amor y profesionalismo de todo el equipo, dirigido por Gustavo Mondino, estuvieron intactos como siempre. Desde el estreno del nuevo unipersonal protagonizado por Marco Antonio Caponi, pasando por varios éxitos de todo el país, la carpa de circo, las siempre valiosas rondas de devolución y los talleres, el FTR19 fue puro disfrute.
La primera jornada nos encontró con la hermosa nueva creación de Francisco Lumerman, El río en mí, una obra que habla del dolor con humor, como un gran juego que amenaza entre lo de adentro y el afuera, implacable como la katupirí. Una obra bien escorpiana, como dije en las devoluciones, porque se mueve por lo no dicho, lo que va por debajo, oculto; la mismísima puesta resalta lo que no se ve y construye el detrás de escena evocando el río.
Para cerrar el primer día, vimos el estreno de Romance del Baco y de la vaca, de Gonzalo Demaría, con dirección de Daniel Casablanca y la tremenda actuación de Marco Antonio Caponi. Una gauchesca blusera en verso, que fusiona el Martín Fierro a la western con un poco de Pappo y Tarantino. Una oda a la teta vacuna de la mano de Baco, un forajido del lejano oeste tirando coplas con una viola de lata. La caracterización de Caponi es extraordinaria, con una entrega absoluta y una gran dirección, muy buen uso del espacio y excelente iluminación de sombras y contraluces. Qué más decirles, si nos voló la peluca en el mismísimo estreno, no quiero imaginar lo que va a levantar vuelo en la cartelera porteña.
En el panorama federal, se programaron varias obras de altísima calidad, algunas ya las teníamos vistas de Fiestas Nacionales -y ahora forman parte del Catálogo del INT- y fue un deleite volverlas a encontrar. De Córdoba vimos Bufón de Luciano Delprato con la tremenda actuación de Julieta Daga que volvió a sacudirnos con su irreverente improvisación al borde del delirio, y La verdad de los pies. Estudio equívoco sobre el comportamiento humano de Jazmín Sequeira, un trabajo colectivo estrenado en el 2015, que se fue actualizando y resignificando mucho hoy con el cambio de contexto. Quiero decir te amo de Mariano Tenconi Blanco y dirección de Juan Parodi y elenco neuquino, nos volvió a enamorar como la primera vez que vimos esta versión tan apasionada.
De Mendoza vimos Paisaje de Longo y la Compañía Pájaro Negro de Luces y Sombras, un thriller que ambientaron en el hall de entrada de la Sociedad Italiana donde lograron armar un rincón de penumbra en una noche de tormenta de nieve, con una pareja varada en la ruta que pide auxilio, ella embarazada. Muy lograda puesta con actuaciones atinadas y un clima tenso, sostenido. Finalmente, la perlita nacional vino de la mano del grupo La Faranda de Salta con su obra Fedro y el Dragón. Esta compañía de títeres de los talentosísimos y multifacéticos Claudia López y Fernando Arancibia, cumplió 20 años creando obras que son magia pura. Ellos escriben, dirigen y montan todo, realizan sus propios títeres y en función ponen el cuerpo y la voz. Lo mejor de todo fue el desmontaje al terminar la función: nos invitaron a ver la trastienda, literalmente corrieron el telón negro que cubría el frente y en un santiamén recuperamos el asombro de la infancia.
Hablando de perlitas, la gran sorpresa del festival fue Deserto del Grupo Danzarte de Rafaela, con dirección de Margarita Molfino que incluso a la distancia armó equipo con Gabriela Guibert y un elenco de talentos locales, y crearon una obra que puja entre la dramaturgia y la danza. El resultado transgrede los límites y fusiona los cuerpos, incomoda al público pero te deja con ganas de unirte al baile porque todo lo que sucede en escena te atraviesa el cuerpo. Se ve la evolución de Palíndroma, la obra anterior de Molfino donde ella bailaba, ahora solo como directora su mirada se agudiza y arma una obra precisa con una coreografía muy potente. La osadía de crear momentos eróticos entre orgía y masturbación, junto al deseo y la violencia que se hacen carne en esos cuerpos jóvenes, irradia pulsión vital. Una obra catárquica e inesperada.
De Córdoba también vimos V.O.S. (Versión Original Subtitulada), con la dirección de Rodrigo Cuesta que ya nos había cautivado con Volver a Madryn por su precisa puesta en escena, diseño de luces y cruce con el mundo del cine. En esta nueva propuesta, la metateatralidad mete la cola y con la excusa de hablar de los vínculos de pareja, despliega un juego que oscila entre la realidad, la ficción y el montaje de la vida misma.
Si de teatro vertiginoso hablamos, Pobre Daniel de Santiago Gobernori fue una de las propuestas porteñas destacadas, un retruque a las sitcoms yankis con código propio. Una obra que logra construir lenguaje desde lo escénico, ya que la forma hace al contenido con un impecable diseño de luces y actuaciones sincronizadas cual reloj suizo, indagando en una cabeza con problemas mentales sin caer en el cliché de la locura.
La carpa de circo fue epicentro de las vacaciones de invierno, con juegos, toboganes inflables y puestos de pochoclos y golosinas, para recibir las tres funciones diarias de obras de todo el país. Disfrutamos mucho de Furufuhué, la leyenda del viento de la Compañía RompeViento de Buenos Aires, con excelentes actuaciones y música de Julieta Filipini, Tatiana Emede y Denise Quetglas, tres exploradoras en busca de una leyenda del viento, tratando de recuperar el boca en boca (más oralidad, menos tecnología), lindo mensaje y hermosa puesta. De Córdoba, vimos Micromundos de la Compañía Levelibular, que trabaja con circo más contemporáneo, un despliegue de destreza en todos los números de danza, acrobacia y circo muy bien fusionados con la música. Por último, vimos Los Fenómenos del grupo Pato Mojado de Rosario que recupera la esencia del circo tradicional con acróbatas, forzudos y mucho humor.
Cada invierno es más feliz gracias a este festivalazo de teatro que llena de amor y cultura a la ciudad de Rafaela y a todos los que viajamos a disfrutarlo. Hace 15 años Marcelo Allasino junto al entonces intendente Omar Perotti impulsaron este evento, se armó un equipo con altísima capacidad de gestión que sostuvieron todos estos años y convirtieron al FTR en faro de calidad teatral a nivel nacional e internacional. Cada año el festival crece, se expande a más subsedes y se llena de gente; y aún en años difíciles como este y luego de la polémica que se armó el año pasado por la obra Dios de Lisandro Rodríguez, el resultado es siempre excelente, todo funciona de maravillas, se disfruta de la calidad artística pero sobre todo humana. Abrazarse y festejar la cultura es cada vez más político, y qué fortuna que este Festival siga firme y más vivo que nunca. Felices quince Feliztival ¡por muchos años más!