Las formas teatrales de Bali

Bali es una pequeña isla del archipiélago indonesio donde la idea de paraíso incluye playas de ensueño, volcanes cubiertos de arrozales verdes aterrazados, y arte, que brota en mil y una manifestaciones por donde se mire. Es como si toda la población balinesa hubiera nacido para dejar al mundo su impronta artística: orfebrería, pintura, batik, música, escultura, danza, teatro, títeres asoman en cada rincón, haciendo para el viajero muy fácil la llegada a sus ciudades y pueblos y dolorosamente difícil la partida.

Quizá sea en el teatro donde el arte fusione más variedad, ya que es casi inseparable de la música, así como sus coloridos vestuarios no se conciben sin el batik de sus prendas ni las máscaras y el maquillaje pueden deslindarse de la pintura, y los accesorios que los adornan están unidos al arte de sus orfebres. Los espectáculos son diarios en todos los pueblos, y la gente, aunque trabaje en otras actividades, dedica una parte del día a los ensayos en los bale gong, tinglados públicos destinados a tal fin, donde el “club” es propietario de los instrumentos y allí los guarda. Es común escuchar el batifondo del gamelan, un instrumento de percusión en sí mismo y a la vez el nombre de la orquesta que lo incluye como miembro principal, unido a la flauta suling y al rebab, un instrumento de dos cuerdas, mientras los bailarines practican sus escenas de diversos pasajes extraídos de las epopeyas indias más importantes, como el Ramayana y el Mahabharata.

En algunos espectáculos como el Kecak la historia que se cuenta es tan importante como su medio de representación: la danza. Aquí los encuentros y desencuentros entre el príncipe Rama y Sita, su princesa, están representados por un elenco  secundado por un coro masculino de precisa sincronización y crescendo, que no tiene más acompañamiento sonoro más que sus voces en un constante “chak-a-chak-a-chak” ni más vestuario que unos sarongs o trozos de tela a cuadros negros y blancos.

En otros estilos, como el Barong y el Rangda, el elemento más contundente es la máscara. Éstas son talladas por maestros respetados y, dado su altísimo valor ritual, se manipulan con gran cuidado porque las vibraciones mágicas del espíritu que encarnan podrían afectar peligrosamente a los actores, que encarnan la lucha entre el bien y el mal. A menudo las máscaras son destapadas en el instante preciso en que serán llevadas a escena y guardadas celosamente al terminar.

En la danza Legong quienes se lucen son las mujeres, que pueden sobresalir a los nueve o diez años y ya no pueden representarla pasada la juventud. Tienen las cejas totalmente depiladas y maquilladas y se mueven con gracia y soltura a pesar de sus atuendos largos y ajustadísimos y de sus tocados de flores frescas en la cabeza. Sobresale en su actuación la riquísima simbología de los mudras: posturas determinadas sobre todo de las manos que otorgan significado a las acciones o a los estados de ánimo.

El antiquísimo Wayang Kulit o teatro de títeres merece un capítulo aparte. Es famoso no sólo en Bali sino en todo Indonesia y sus obras, extractos de las epopeyas clásicas de la India, van más allá del entretenimiento superficial. El maestro titiritero, llamado dalang, es una figura rodeada de una mística especial en la que se conjugan un dominio envidiable de la voz para representar a todos los personajes de manera distintiva y una gran fuerza física para soportar las seis o siete horas que puede durar un espectáculo. Además es quien dirige la orquesta o gamelan por medio de un cuerno que sujeta con los dedos de los pies. El público local reconoce fácilmente el rol de cada uno de los títeres planos y recortados como filigrana en cuero de búfalo por sus poses inconfundibles. El dalang se sienta detrás de una pantalla de algodón blanco sobre la que se proyectan las sombras de los títeres  por medio de la luz temblorosa de una lámpara de aceite, que otorga a la obra una magia particular. Tradicionalmente, las mujeres y los niños se sientan ante la pantalla para ver las sombras, mientras que los hombres se ubican detrás del propio maestro titiritero y de sus asistentes y músicos. Los personajes buenos están a la derecha del dalang y los malos a la izquierda, y hablan una lengua distinta según sean nobles o payasos.

Quizá lo más bello e inolvidable de estas formas teatrales sea que los balineses las comparten con los visitantes pero siguen disfrutando y asistiendo al fenómeno teatral para ellos mismos, porque las historias que cuentan y el modo de hacerlo es su esencia más íntima.

 

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