A veces es necesario reflexionar sobre nuestro teatro, nuestra historia teatral para comprender un situación puntual del presente. En este caso, el fin de un ciclo en el Teatro Del Pueblo.
Teatro del Pueblo, Diagonal Norte 943
Muchas veces se habla del teatro independiente, del circuito under como si fuera algo surgido en las últimas décadas, pero en realidad muchachada, la primera modernización del teatro comenzó en los años 30 con la aparición de este movimiento teatral. Por aquel entonces, en Buenos Aires teníamos un sistema de teatro comercial proclamado por Discépolo, Laferrere y Sánchez, y por otro lado los sainetes, el teatro más popular; como crítica a este contexto teatral surge la propuesta del teatro independiente.
Los intelectuales de la época comenzaron a reunirse, y en 1928 Leónidas Barletta junto a otros escritores como Elías Castelnuovo y Ricardo Passano fundaron el Teatro Experimental de Arte (TEA), oponiéndose a las fórmulas del realismo de Sánchez y al modo de producción empresarial. El movimiento surge ante la necesidad de renovar la escena porteña buscando alejarse de las propuestas del sainete, del género chico, del grotesco y contra la actitud de los empresarios del teatro que frenaban cualquier experimentación. Ante una posición crítica hacia el teatro nacional que les molestaba y las formas del realismo finisecular, del naturalismo, dieron origen a un teatro con orientación artística y cultural, comprometido socialmente, con el objetivo de elevar culturalmente a las masas.
En marzo de 1931, fecha histórica para nuestra historia teatral, se firma el acta de nuestro primer teatro independiente, el queridísmo Teatro de Pueblo, con el deseo de renovar los circuitos teatrales. No fue el único movimiento del teatro independiente, pero sí el único que prosperó en nuestra interrumpida historia teatral.
Decía Arlt, quizás el autor más importante del grupo: “Aquí se está preparando el teatro del futuro… para cuando esa gente se harte de películas malas tenga donde entrar. Estamos en los comienzos de la lucha, preparados para afrontar los problemas que se producirán mañana. (…) Tenemos, es verdad, la pretensión de crear un teatro nacional, en consonancia con nuestros problemas y nuestra sensibilidad, y entonces, esas empresas de comicuhos, y autores de sainetones burdos, no nos interesan”.
Barletta se propuso fundar un teatro distinto y para esto era necesario una renovación total desde la actuación, los textos, las puestas en escena, la difusión y la recepción. Entonces comenzó a trabajar en la elaboración de principios actorales, en la noción de movimiento, el activismo y la idea era hacer un trabajo a través de asambleas y de difusión cultural. Podríamos decir que el hombre se puso el movimiento al hombro. Se proponía un teatro sostenido en la ética, que buscaba instalarse en un lugar de intelectualidad de la izquierda que reclamaba una ética del arte. Los autores que iban apareciendo buscaban ser legitimados por esa intelectualidad y desde allí, se buscó renovar la dramaturgia y la puesta en escena.
Leónidas Barletta y Roberto Arlt. Fotos del Archivo General de la Nación
Poetas y narradores argentinos se incorporaron a la actividad dramática; así es que logró que se pongan en escena textos de Alvaro Yunque, Nicolás Olivari, Raúl González Tuñón y Arlt, entre otros. Recordemos nada menos la trama, la literaturización y la teatralidad de Trescientos millones y La isla desierta de Roberto Arlt, obras que fueron puestas en escena por el grupo. Con estos cambios además, comenzó a tener primacía la figura del director lo que llevó a una sustitución progresiva de la figura del capo cómico y una pedagogía actoral. Barletta trabajó en un manual del actor, que aún hoy se puede conseguir en algunas librerías como una joyita de nuestra transformación actoral.
Además, artistas plásticos y músicos argentinos se acoplaron rápidamente a las distintas actividades que promovía el Teatro del Pueblo, muchas de éstas fuera del edificio teatral con el fin de llevar el teatro a la gente. De esto se trataba la movida impulsada por Barletta: salir del circuito comercial y darle la importancia necesaria al teatro como medio para elevar a las masas y como herramienta para transformar la realidad.
A partir de 1943, el teatro atravesó un largo período crítico que culminó en 1976 cuando fallece Leónidas Barletta y con él cesa la actividad teatral del grupo. El espacio ocupado por el Teatro del Pueblo se convirtió en un centro de exposiciones plásticas y recién en 1987 un grupo de teatristas lo recupera bautizándolo con el nombre de Teatro de la Campana, y en 1996, por fin, el Teatro del Pueblo abrió nuevamente sus puertas recuperando su nombre mediante un convenio que suscriben el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos y la Fundación Carlos Somigliana (SOMI), que desde entonces tiene a su cargo la dirección artística, técnica y ejecutiva.
Programa de mano “Sálvese quien pueda” 1976
Durante varios años el Teatro del Pueblo careció de lugar propio y recorrió distintos edificios que le concedía la Municipalidad de Buenos Aires. En 1931 el teatro se instaló en un pequeño local en Corrientes al 465 y en 1943 las nuevas autoridades municipales del gobierno militar de turno lo expulsaron violentamente del edificio de Av. Corrientes 1530 que ocupaba desde 1937 y a partir de ese momento se encuentra en el subsuelo de Diagonal Norte 943, pero no por mucho tiempo más. Cuando fuimos a cubrir obras de la programación de este año nos entregaron un panfleto que dice:
“Hace unos meses el IMFC propuso compartir el espacio y el proyecto escénico del Teatro del Pueblo. No nos parece aceptable. No nos parece justo. Nos propusimos elaborar estrategias para la consecución de los recursos necesarios para comprar el Teatro. Pero el IMFC no aceptó. No nos queda, por tanto, otra solución que dejar el espacio.
Nos hemos propuesto seguir adelante. Refundar el Teatro del Pueblo, cuyo nombre nos pertenece, allí donde podamos, allí donde nos den las fuerzas. Esperamos contar con la ayuda del Estado y de la comunidad teatral. El Teatro del Pueblo no puede desaparecer.
Por ello, solicitamos a todos los públicos que nos hagan llegar datos de espacios que estén a la venta y que puedan convertirse en teatros: galpones, cocheras, casas antiguas, todo aquello que en la mente y el corazón de un teatrista (espectador o hacedor) pueda visualizarse como un escenario”
La noticia es triste y cuesta despegarse del espacio. El mítico edificio de Diagonal Norte fue el único que conoció nuestra generación y arraigamos a él toda esta historia. Pero si hay algo de lo que estamos seguros en Farsa Mag, es que la fuerza del teatro independiente no se encuentra anclada, materializada en una dirección, sino en aquellos que llevan adelante el movimiento. Las interrupciones vividas a lo largo de nuestra historia teatral no pudieron, ni podrán, detener el devenir del teatro independiente.
La comunidad teatral porteña se encuentra en la búsqueda del lugar para refundar al Teatro del Pueblo por tercera vez, con la certeza con la que se tejen los sueños y se construye la historia. Allá van, una vez más, por todo.