La Perla del Oeste se viste de fiesta cada invierno con el Festival de Teatro de Rafaela, donde grandes y chicos disfrutan de todo lo que el maravilloso Feliztival tiene para ofrecer.
La carpa de circo, marca registrada del FTR
Este año, la apuesta se redobló con teatro para un espectador, propuestas internacionales y varias obras de alto vuelo. De la mano de Gustavo Mondino, director general, la programación fue un deleite absoluto. Treinta y tres obras repartidas en setenta y siete funciones durante seis días entre teatros, sedes vecinales, escuelas, plazas, la mítica carpa de circo y varias funciones en las subsedes Ataliva, Clucellas y Suardi. Unos veinte mil espectadores acompañaron esta 13º edición, todo un suceso rafaelino.
Pequeñas maravillas
El FTR ya tiene fama de ser el mejor festival del país, es que cada año la selección de obras sorprende por su calidad, y por el riesgo que asume con algunas propuestas menos convencionales. Nos sacamos el sombrero por la decisión de programar dos propuestas de teatro para un espectador. Por un lado, Encuentro de Santiago Gobernori, bajo la dirección de Fabricio Montilla oriundo de San Juan, fue una experiencia breve pero muy intensa. Empezando con funciones a las 10 de la mañana, los espectadores entrábamos de a uno a una cabina de metro y medio por dos, donde una ex pareja se reencontraba después de un tiempo. La experiencia teatral de estar a centímetros de los actores te deja en estado catatónico en tan solo quince minutos, con la incomodidad a flor de piel y sin la catársis del aplauso, uno sale de esa cabina completamente atravesado.
Las horas negras. Trilogía de Shakespeare en miniatura. Chile
Por otro lado, la Compañía de Teatro Microensamble de Chile, presentó Las horas negras. Trilogía de Skahespeare en miniatura, también con una propuesta para un solo espectador. Tres cajas negras que contienen cada una un mundo isabelino, una escena de Otelo, Macbeth o Rey Lear, contadas en cinco minutos con marionetas, objetos y una narración grabada que cada uno escucha con auriculares mientras espía por un agujero en la caja (con un mini teloncito adorable). Y los ojos se nos salen de las órbitas al descubrir el increíble lenguaje que cada caja utiliza, muy diferentes entre sí, emotivos algunos, intensos otros y las manos de Lady Macbeth que te dejan en shock. “Podría estar encerrado en una cáscara de nuez y sentirme rey de un espacio infinito” escribió William, y Romina Herrera, directora de esta preciosidad, abre un mundo entero en un espacio mínimo, con una sutileza que asombra.
Volver a la infancia
El Feliztival transcurre durante las vacaciones de invierno, y las entradas vuelan. En cada función hay gente sin entradas buscando poder hacerse un huequito a último momento, porque nadie quiere perderse de nada. Es difícil elegir qué ver porque todo es tentador. Y la fortuna de ser invitados a cubrirlo, es poder ver mucho teatro, ¡llegamos a ver siete obras en un día! Y lo que más rescato de este año, es haber vuelto a vivir el teatro como una niña, riendo a carcajada tendida con Rauch, obrón de Julieta Carrera en código clown que mete una dura crítica del mundo laboral entre gags y más gags y por favor nunca dejen de hacer gags. Una fiesta que dio un buen puntapié inicial a una semana a puro teatro.
Desfile de apertura: Los Venecianos
La apertura, como siempre, con desfile a lo grande en el boulevard principal, este año de la mano de Los Venecianos, hicieron saltar y bailar a todo el mundo entre globos y fuegos artificiales que nos invitaron a pasar al Cine Teatro Municipal Manuel Belgrano, donde se llevaría a cabo el acto inaugural. Los Carlinga sigueron la joda rockeando tragedias con su comiquísimo Shakespir Show que llevan el teatro isabelino a un lenguaje nac & pop a través de dos talentosos músicos/actores, Fabian Carrasco y Nicolas Goldschmidt.
La primera noche culminó con dos unipersonales: Christiane. Un bio-musical científico de y con la sublime Belén Pasqualini, bajo la dirección de Dennis Smith, deleitó a la colmadísima platea del Teatro Lasserre con un despliegue de talento y una voz digna de Broadway. Para cerrar la primera jornada, vimos El mar de noche de Santiago Loza, dirigida por Guillermo Cacace y con el enorme Luis Machín que si todos ya sabemos que es un groso actor, cuando ves el sutil laburo de esta pieza, no hay aplauso u ovación que alcance. Tampoco las palabras alcanzan para describir este fenómeno, hecho teatral de enorme magnetismo que da cátedra no solo de actuación sino también de dirección y de dramaturgia.
Luis Machin en El mar de noche
Las mesas de devoluciones
Y así siguió la semana, con una obra genial detrás de la otra. Y un desfile de capos del teatro que con toda humildad nos acompañaban en las mesas de devoluciones de cada mañana. Espacio enriquecedor como pocos, las mesas reúnen a la prensa especializada de todo el país, a los elencos de la noche anterior y a todos los artistas invitados que quieran participar como también el público general que se acerca al principio con curiosidad y ganas de escuchar y ya en los últimos días con mayor participación. Los intercambios potencian la mirada y abren el juego al proceso creativo de cada elenco.
Y el espacio es también formativo: con asistencia perfecta, los alumnos de la EMAE (Escuela Municipal de Artes Esénicas) escuchan, toman nota, preguntan y ofrecen su punto de vista. Y crecen, como crece sin cesar el Feliztival, y casi sin darnos cuenta, en estos 13 años consecutivos que se viene haciendo el FTR, se ha formado la nueva generación de teatro rafaelino. Y este año, la primera camada de egresados de la EMAE presentó una obra dentro de la programación oficial: Sala de máquinas. La obra surgió con este espacio no convencional que les ofrecieron ante la propuesta de “hagan lo que quieran”. Y, a pesar de tener que habitar una sala de máquinas del año del ñaupa, estos jóvenes actores propusieron una serie de materiales intensos, de genuina búsqueda de contenido y de forma, porque no escatiman en tomar riesgos y se la juegan con toda. Se pueden ajustar algunas tuercas y pedir la dirección de un capataz, es cierto, pero la máquina cobró vida, y Rafaela tiene una juventud teatral que se crió con el FTR y que hoy demuestra que con gestión se puede hacer un montón.
Sala de máquinas. Rafaela
Las internacionales
Ya hablamos de la bellísima propuesta oriunda de Chile de micro escenas shakesperianas. También México pisó fuerte con dos propuestas bien diferentes. Beisbol de David Gaitán puso en escena a un grupo de actores veteranos de la Universidad Veracruzana, planteando hacer la última obra antes de morir: “nos culpan por querer trascender”. A partir de un juego metateatral y de puro azar, ponen en jaque al teatro mismo, cuestionando sus reglas y convenciones, para terminar generando una reflexión acerca de la identidad, del paso del tiempo y de la vigencia de los cuerpos sobre las tablas. Muy interesante propuesta que nos dejó pensando a más de uno.
Beisbol. Mexico
Por otro lado, Lo único que necesita una gran actriz, es una gran obra y las ganas de triunfar de creación colectiva de Vaca 35 Teatro a partir de Las criadas de Genet, también generó una honda reflexión acerca de los cuerpos en escena. Con una provocadora dirección de Damián Cervantes, las actrices Diana Magallón y Mari Cruz Ruiz sorprenden, exasperan y conmueven en un manifiesto teatral que se recibe como una trompada directo a nuestros prejuicios.
Para completar la grilla extranjera, Uruguay sumó su poroto con Algo de Ricardo de Gabriel Calderón, un espectáculo de Mariana Percovich con la potente actuación de Gustavo Saffores.
Las destacadas
El FTR siempre programa lo mejor de la cartelera porteña y mete perlitas de varias provincias, este año hubo propuestas de San Juan (Encuentro, mencionada arriba), Mendoza (120 kilos de jazz, de la Comedia Municipal), Santa Fe (con obras de Rosario y de Rafaela) y Córdoba que se presentó con dos obras muy diferentes. Por un lado, Eran cinco hermanos y ella no era muy santa de la Comedia Cordobesa, es una opereta cuartetera bien popular que remite a un tipo de teatro ya vetusto. Y por otro lado, Volver a Madryn de Rodrigo Cuesta que nace sobre textos de un autor irlandés, propone una búsqueda estética y de lenguaje muy contemporánea. Hay dramaturgia de la luz y un manejo del sonido que te pone la piel de gallina, hay misoginia explícita y hay una postura crítica. Pero sobre todo, se genera un vínculo muy estrecho entre los procedimientos formales y el contenido, como dos caras de una misma moneda que estos tres grandes actores (Ale Orlando, Ignacio Tamagno y Hernán Sevilla) manejan cual malabaristas; la forma crea el contenido, y los mecanismos de la memoria se exponen como recursos formales. Una maravilla.
Volver a Madryn. Córdoba
Llegaron las obras porteñas (casi una veintena de propuestas) con una gran expectativa del público local y entradas agotadas en los primeros días de venta para las más esperadas. La autora/directora/actriz Victoria Hladilo venía con la experiencia de haber participado del FTR15 con La sala roja, y en esta ocasión presentó La culpa de nada. Una obra que critica fuertemente el lugar del hombre y la mujer en nuestra sociedad, poniendo de manifiesto a un grupo de amigos hiper machistas que hacen de todo por cubrirse entre ellos. Hay algo estereotipado del texto y de esos personajes que están tan bien construidos, pero por más cliché que parezca, la identificación que eso produce en el público es apabullante. “Desde la dramaturgia habló el patriarcado” afirma su creadora, y la crítica subyacente cae como una bomba.
La culpa de nada
Las ideas de Federico León es superior y capturó al asiduo público rafaelino. Una máquina teórica, en palabras de nuestra colega Mónica Berman, que pone en escena el proceso creativo de una obra de teatro. Teatro dentro del teatro dentro del teatro… cual matryoshka semiótica, y con alta dosis lúdica, la obra fue expandiendo los límites de lo verosímil, poniendo en jaque a la ficción.
Del alto vuelo intelectual de León, nos fuimos de Farra a la bellísima sala del Centro Cultural La Máscara a disfrutar de una pieza hermosa de la dupla de bailarinas/coreógrafas Ana Gurvanov y Virginia Leanza. Dos actores no bailarines cantan, bailan y se celebran, generando algo muy singular en esos cuerpos que son puro disfrute. Francisco Benvenuti y Andrés Granier hacen estallar al karaoke por los aires, ficcionalizando autobiografías mientras borran las fronteras de género. La búsqueda de un nuevo lenguaje está a la vista y uno se va con el corazón contento.
De estar cantando Hero de Whitney Houston, de pronto nos encontramos en la sala del Complejo Cultural del Viejo Mercado completamente venida a menos, sucia, rota, con fajos de dólares en un escritorio desvencijado. Y como una trompada en medio de la cara, se nos presenta Descenso una vez más (sí, es la tercera vez que la vemos, en cada ocasión en un espacio diferente), pero nunca tan cerca, nunca tan adentro de ese secuestro que no sabemos bien cómo empezó pero sabemos que va a terminar mal. Y como el descenso de River a la B y de la mano de un equipazo de actores que lo dejan todo, el conflicto se profundiza cada vez más y la tensión crece de manera inquietante. Volver a verla para descubrir todo lo que pasa fuera del foco de atención, cómo los actores crean a sus personajes desde los gestos más pequeños, desde de las miradas casi imperceptibles. Pura dramaturgia actoral bajo la aguda dirección de Jorge Eiro.
Descenso. Compañía Sudado
A los postres
Y como frutilla del postre, sí hablemos un segundo de los postres que fueron una delicia atrás de la otra, en sentido literal y figurado. Porque la producción de este festival está en los pequeños detalles, en el trato personalizado y en la exquisita anfitrionada que se manda cada invierno esta ciudad del norte se Santa Fe que ya se ganó el corazón de tantos artistas de todo el país y más.
Ahora sí, hablemos de LA obra del Feliztival, posiblemente la más esperada, ¿quién no quiere ver una obra de Veronese con María Onetto y Luis Ziembrowski? Con dos funciones colmadas de público, Los corderos nos llevó como en una montaña rusa de sensaciones, desde los gritos exacerbados a los silencios largos tan incómodos y escalofriantes. Un “costumbrismo perverso” como define su autor/director, que se resignifica casi un cuarto se siglo después (la obra es del ’93) en temas tan candentes como la violencia de género. De más está decir que las actuaciones son una locura sin igual, que sostienen niveles de tensión sin parpadear un segundo. Y que nos regalaron una mesa de devoluciones para el recuerdo, con la cátedra que dieron los actores sobre teatro. Un verdadero privilegio haber podido vivir esto desde adentro.
Luis Ziembrowski y María Onetto en Los Corderos
Una vez más, el Festival de Teatro de Rafaela se corona en lo más alto de la escena nacional. Un encuentro donde el debate y el intercambio artístico están a la orden del día, donde los diferentes elencos confluyen y se enriquecen con el cruce de miradas, con instancias formativas (se ofrecen siempre varios seminarios y charlas de referentes culturales) y alegrías de colores, el Feliztival es puro amor por las artes escénicas. ¡Hasta la próxima!