De sus 74 años de vida, 69 los dedicó por completo al teatro. El maestro es tan reconocido por sus dotes artísticas como criticado por su extravagante estilo. A continuación, la palabra de un hombre desarraigado que siempre expresó las ideas de los bordes y, justamente por eso, siempre se mantuvo al borde.
Para llegar al reducto donde Norman Briski da clases y presenta la mayoría de sus obras, hay que recorrer un largo pasillo de paredes descascaradas en el que sobran manchas de humedad y escalones de esos que hacen tropezar al desprevenido. Tal vez, algunos visitantes sean más afortunados y no tengan que acumular quién sabe cuántos años de mala suerte por pasar por debajo de dos escaleras consecutivas arriba de las cuales dos hombres intentan arreglar el techo.
Una vez traspasado el umbral pintado de blanco y negro que marca el final del corredor, el ambiente se torna distinto. Las pinturas en las paredes y los actores yendo y viniendo con pedazos de escenografías, dudas, dudas y más dudas indican haber entrado a un teatro under lleno de gente talentosa, lleno de ideas y mensajes para difundir, aunque se encuentren escondidos en una callecita del barrio de Congreso, y al final de un pasillo que desafía las supersticiones de cualquiera. Indican haber entrado al teatro “El Calibán”.
– A los 74 años, ¿sigue sin necesitar tanto el dinero?
– Yo siempre me la rebusqué sin plata. Cuando viví en Nueva York, sin pagar un dólar, estudié en el Actor’s Studio, que en ese momento yo pensaba que era el mejor lugar del mundo para estudiar actuación. Conseguí la dirección, entré de colado y me quedé como oyente. Después conquisté a la chica de la recepción y terminé inscripto. Bueno… o la conquisté o le di mucha pena.
-¿Es verdad que llegó a Nueva York con 85 dólares en el bolsillo?
-Sí, pero eso no era lo más grave. Cuando llegué no entendía nada. A todos lados iba caminando. No se me ocurría tomarme un subterráneo porque no sabía ni dónde estaba parado. Ni siquiera sabía el idioma. Creía que sí, porque veía muchas películas, pero cuando llegué pensé que me estaban hablando en chino. Yo a los veinte años era un loco.
-¿Y ahora se le pasó la locura?
-Ahora me vuelven loco otras cosas. Como pensar que el mundo no tiene arreglo.
-¿Cuándo dejó de ser peronista?
-No recuerdo bien la escena, pero debe haber sido después de alguna conversación con Tato (Bores) sobre el tema. En un momento dije: “Basta de esto, basta de corrupción.” Prefiero quedarme en la azotea. Ya no creo más en el “mal menor” y en todo eso que se dice. A mi edad, no puedo reiterar una historia que ya conozco. Pero debo tratar de no volverme loco. Porque cuando te marginás y decís “yo no quiero estar ahí” te empezás a rayar. Te sentís sin continente.
El director no contradice a los que afirman que es imposible cambiar al mundo desde un teatrito de ochenta personas. Pero sostiene que las ideas que surgen de los bordes llegan a las mayorías cuando esas mayorías tienen ganas de enterarse. “Hace rato que el mundo sabe cómo hacer la revolución. Pero no agarra viaje. Por intereses económicos y también por miedos. El mundo no quiere muertos, no quiere sangre. Pero algo hay que hacer. No basta con decir: ‘¡Por favor, cambien!’“. Con una lógica que asombra, plantea: “Si hoy hago una obra sobre si existe algo mejor que el kirchnerismo va a haber un sector de la sociedad muy interesado. Pero yo no hago esas especulaciones. Si produzco subjetividades no me lo propongo”.
-Pero si usted tuviese su propia productora…
-Yo no tendría una productora. Si yo tuviese mi propia productora no sería un actor o director de teatro. Sería un productor, que es lo que hacen algunos actores. Así empezaría la especulación y ahí cagaste. Estoy totalmente en contra.
-Pero usted fundó una productora en Nueva York…
-Sí, hay males necesarios que, en este caso, tuvieron resultados buenos. El lugar que tengo ahora (El Calibán) es el producto de lo que vendí, de lo que hice en el Harlem Latino. Mi departamento también lo hice con mis propias manos.
-Entonces prefiere que su mensaje quede trunco.
-¡No! Tampoco. No sé qué prefiero, pero hago lo que puedo. Esta marginación a veces resulta un poco triste. Me hubiese encantado hacer una obra con público grande. ¿Pero dónde la hago? No soy el único que está en esta situación, pero no somos más de diez. En Estados Unidos van los productores a los teatros under a cazar talentos. Acá no ves un productor ni por casualidad.
-“Vide-La cinta fija” (una obra de Vicente Muleiro sobre los últimos días de vida del general Videla) estuvo a punto de tener un público grande. ¿Qué fue lo que pasó?
-Sí, casi lo logramos. Como era comercial porque estaba Naim Sibara, fuimos con el productor de los Midachi. Cuando le quisimos mostrar la obra, el tipo nos dijo: “¿Y a mí qué me importa verla? Estás vos, está Naim. Si es Videla es Videla, si es chorizo es chorizo.” Entonces estábamos todos entusiasmados con que íbamos a estar en Corrientes. Una obra sobre Videla preparándose para morir era hacerle un agujero a la derecha. Hasta que a alguien se le ocurrió leerla. No nos llamaron nunca más. Vos te hacés el boludo y tirás algún lance. Pero todos quieren hacer un éxito como los Midachi.
El método del maestro
-¿Cree que para representar un personaje hay que comprenderlo?
-Hay que vivirlo. Comprender es el comienzo solamente. Pero lo que hace que vos tomes el cuerpo de un rol es sentirlo. Para ser Videla hay que ensayar y ensayar hasta que te das cuenta de que te convertiste en un enano fascista. El teatro con moral no sirve. Porque si juzgas al personaje ahí lo mataste.
-Al actuar, ¿cree que hay diferencia entre inhibición y pudor?
-Los dos parecen lo mismo porque se relacionan con los miedos. Pero la definición de pudor sería pensar que no quiero que algo que yo considero privado se haga público. Y la inhibición es tener miedo porque te están mirando. Si un actor no quisiera desnudarse en escena habría que ver la circunstancia. Si es pudor, entonces no te desnudes.
-Usted es conocido por desnudar a los actores en escena…
-Sí, es verdad que soy conocido por eso. Sin embargo, jamás le dije a nadie desnudate. De todas formas, hay mucha gente que se quiere sacar la ropa. Si se la quiere sacar por impúdico, se lo digo; pero si es algo que la escena amerita, está bien. Pero el “Briski te obliga a sacarte la ropa” te hace socialmente un agujero y eso no es así. El mito es lo que te destruye, pero vos no vas a salir a decir: “No, no es así”.
-¿Existen los alumnos sin talento?
-Los años en mi profesión me hicieron darme cuenta de que una persona que en un momento determinado parece no tener nada expresivo, nada que sea interesante, puede sorprenderte. Al principio yo hacía adivinanzas, pero dejé de hacerlo porque… ¡me he llevado cada sorpresa! El talento del actor es algo que anda por ahí y es muy difícil de detectar si no tenés tiempo. Algunos, en un principio, me parecieron tontos; otros, enfermos sociales. Pero hay tontos y estúpidos en el teatro que son buenos actores. Borges era amigo de la marina y escribía bastante bien.