Allá por el ASPO, cuando el teatro presencial parecía muy lejano, en la cocina farsera decíamos que una de las propuestas teatrales en formato digital que más nos venía cautivando era Total Interferencia, un ciclo que prometía, mediante transmisiones en vivo desde El Galpón de Guevara, experimentos de música, danza y teatro.
Empezamos viendo los streamings desde casa y, promediando el final del primer volumen del ciclo, nos invitaron a cubrir los backstages de un par de obras. Fuimos a la última función de Verme Platelminto, con dirección de Gustavo Tarrío, que cerró el Volumen I, y después fuimos a la primera función del Volumen II a ver el detrás de escena del streaming de La verdadera historia de Corina Wilson, del grupo de experimentación escénica Corina Wilson.
Volviendo de a poco, luego de un extenso parate, algunos teatros empezaron a poder reabrir sus espacios con protocolos sanitarios y aforo reducido. En este caso, el galpón en Chacarita nos invitó a este híbrido de set de transmisión en vivo y sala de teatro independiente que, a partir de la semana pasada, habilitó también la entrada al público. Así que este fin de semana serán las últimas fechas a las que se podrá ir de manera presencial, como cierre del ciclo. Afirmamos que sí, estar en los espacios culturales, si se toman las medidas y se respetan los protocolos, es seguro. Nos conmueve sinceramente haber sido parte de este convivio teatral-pandémico y acá les compartimos la experiencia:
Ponerse el barbijo para ir al teatro
El detrás de escena entre un rodaje de una producción audiovisual y la teatralidad de bailarinas en escena crea un fenómeno en donde el teatro ya no es la obra sino el montaje de la misma; el streaming. Por la falta del encuentro y del amuchamiento, y en un momento cúlmine para la teatralidad como este, nos preguntábamos cómo será esa vuelta para el público, si el teatro volverá a ser lo mismo…
Llegamos al set una hora antes, la sala no tenía las butacas habituales sino apenas unas sillas que nos esperaban. El equipo técnico, el elenco -antes de salir a escena- y obvio también nosotras, siempre con barbijo puesto (además de la protocolar toma de temperatura al ingresar a la sala). El logo de Total Interferencia aparecía proyectado en todas las pantallas que ocupaban el escenario, sonaba una playlist de Dark Jazz de clímax relajado, las actrices en modo pre-función y la producción atenta al link del vivo.
En esta ocasión, vinimos a ver el segundo volumen, obra en la cual se presentan y comparten su identidad; La verdadera historia de Corina Wilson. Con un guión conmovedor, un croma (pantalla verde) y cámaras móviles nos envuelven en su mundo con sketches tragicómicos de zapatos, una ninja ovacionada que vocifera *corina wilson* a cada paso y patada que da, una composición de baile de manos -cual nado sincronizado de palmas- y experimentación de cuerpos. Quizás como una maquinaria, podemos decir que adaptándose a la virtualidad, las Corina Wilson se siguen manifestando casi con los mismos recursos, solo que además del momento efímero de la función también está el streaming.
Las vimos en Éxtasis y Demonios el año pasado y, sin diálogos, ya decían muchísimo de su forma de posicionarse ante la expresión artística, y como el título lo sugería, su búsqueda en esta primera obra como compañía teatral tenía que ver con estos demonios que llevan dentro y sobre cómo los sacan cuando están en escena. El grupo de actrices rinde homenaje (o como ellas dicen, tratan de hacerlo) a una actriz santafesina, de Bustinza, de la Provincia de Santa Fe, con el mismísimo nombre de Corina Wilson. Al parecer, poca de la gente que está viva la conoció o la vio en escena, lo cual este homenaje no parece un homenaje sino un intento de acercarse a la actriz y sin saber mucho de ella, hablar de ella. Hablar de ellas mismas también, de las corinas que sí están aquí presentes. Poder aplaudirlas de nuevo fue, para nosotras, la vuelta al teatro. Esperamos que pronto sea la suya también.