“Gratitud, alegría y riesgo habitan este movimiento que hacemos porque no estamos solos.” Fueron las palabras que publicó Guillermo Cacace, el director de Apacheta sala/estudio. Es que esta semana se concretó lo inesperado: quienes viven Apacheta todos los días finalmente lograron hacerse del lugar y conservar la sala.
A fines del año pasado, artistas, directores y vecinos habían recibido una dura noticia: el dueño del galpón ubicado en Pasco al 600 iba a venderlo y Apacheta debía mudarse. La única esperanza era que ellos mismos compraran el predio, para lo cual necesitaban un crédito, donaciones y préstamos. El deseo de conservar su identidad los llevó a poner a disposición su propia vivienda para cubrir los gastos.
Según publicó Cacace en su página personal, el dueño les dio tres meses para idear una estrategia de compra. Durante esos días recibieron un aluvión de mensajes de apoyo que les dio fuerzas para seguir. La ayuda vino de todos lados: el Ministerio de Cultura de Nación y Ciudad se comprometieron a buscar recursos para cooperar con el proyecto, el Instituto Nacional del Teatro se pronunció a favor de un aporte directo que está en etapa de gestión, y la sala abrió una Caja de Ahorros para recibir donaciones. A su vez, Guillermo y Romina Padoan, gestores del espacio, se asociaron con Eli Sirlin, la legendaria diseñadora de luces que buscaba generar un espacio de experimentación. Y la unión no tuvo sólo un fin económico. Tal como escribe Cacace: “Nació un nuevo proyecto para Apacheta. Un proyecto en el que convergen necesidades de producción, investigación y entrenamiento. En ese aspecto del trabajo artístico y de formación se suma la mirada de Ciro Zorzoli.“
Se trata, sin lugar a dudas, de un final feliz: es que Apacheta, esa sala alejada del circuito cultural de la ciudad, tiene un camino recorrido desde hace ya trece años, cuando era un galpón en ruinas y se fue construyendo y transformando con la mano de muchos. Por Apacheta pasaron obras memorables de Cacace como A mamá, segunda parte de una Orestíada vernácula y Mi hijo sólo camina un poco más lento, que se convirtió en el suceso teatral del off 2015 y llegó a ofrecer siete funciones semanales -y ahora volvió en su segunda temporada-, y Los hombres vuelven al monte de Fabián Díaz; todas recomendadísimas por Farsa Mag.
Apacheta queda en la periferia de la ciudad, pero se ha ganado un lugar fundamental en el centro del teatro independiente. Artistas, periodistas, espectadores y vecinos tenemos motivo para brindar: tenemos Apacheta para rato.