Foto: Julieta Zeta
Agustín Alezzo nos cita para esta entrevista en el día de su cumpleaños. No lo festeja. “No me gustan las fiestas, las reuniones. Yo soy muy reacio a todo eso”, dice. Nos recibe en su casa porteña con olor a campo, luego de un largo día de ensayos. Durante la entrevista se oye el tic-tac del antiguo reloj de pared, interrumpido reiteradamente por el timbre del teléfono, que promete una caravana de saludos cumplañeros. “Los ensayos bien, avanzando. Sí, sí contento” dice a su interlocutor, para luego desconectar el aparato y evitar futuras interrupciones.
Consagradísimo director de teatro y maestro de grandes actores, había estado ensayando “Jettatore”, de Gregorio Laferrere, que se estrena hoy en el Cervantes. Es la quinta obra que reconoce su nombre en la cartelera porteña este año. A continuación, la palabra del maestro.
¿Por qué eligió hacer Jettatore?
Mire, la verdad es que el proyecto era con otra obra nacional que ya había sido aceptada por el Cervantes, pero la obra era de carácter muy íntimo y había que hacerla en la sala chica. Yo no tenía ningún inconveniente, pero le dije al autor que había que cambiar algunas cosas, porque él proponía como espacio uno de esos patios inmensos con un aljibe en el medio, de esas casonas viejas de la provincia de Buenos Aires, y en la sala chica era imposible hacer eso. No quiso, así que yo dije que no iba a hacer la obra. Pero del Cervantes me dijeron que querían que yo dirigiera ahí. Yo venía de trabajar mucho este año, estaba bastante cansado –estoy muy agotado. Y ellos insistían que hiciera algo, me preguntaban qué me gustaría hacer. Y de pronto surgió de ellos hacer un Laferrere. A mi me encanta; si hay dos autores que me gustan son Discépolo y Laferrere; son dos opuestos. Y hace un tiempo que no se hace (bah, todo se ha hecho mucho) pero dije, “Bueno, ¿por qué no hacemos Jettatore?” Y ahí se entusiasmaron con la idea, porque ellos quieren hacer un teatro nacional y popular, y “Jettatore” es una obra para todo público y para que se rían todos, es muy graciosa. Entonces nos embarcamos. Yo me alegré mucho cuando decidimos hacer eso, porque después de hacer “Los Justos”, hacer una cosa tan distinta, tan opuesta, es un buen ejercicio.
¿Cuál es su criterio, entonces, para elegir qué obras montar?
Si me gustan y si puedo reunir el elenco adecuado para hacerlo. Porque no basta con que a uno le gusten las cosas. Hay muchas obras que a mí me gustan pero no las he hecho por no contar con un elenco adecuado.
Después de varios años de espera, finalmente logró reunir el conjunto de actores que necesitaba para montar “Los Justos”, cinco jóvenes que interpretan a un grupo de socialistas revolucionarios. ¿Qué significó para usted el descubrimiento del socialismo a los 15 años, luego de una estricta educación religiosa?
Otra visión del mundo y de las relaciones humanas. Totalmente. Fui desde entonces un hombre de izquierda, pero sin afiliación a ningún partido político.
Augusto Fernandes cuenta que en la época del proceso, estando él en Europa, usted le dijo “Estás en una lista, no vuelvas.” ¿Usted no estaba en esa lista?
Sí estaba. Yo estaba prohibido. No me tomaron preso pero no podía trabajar en un teatro comercial ni oficial, ni aparecer en televisión, ni en ningún medio de comunicación. Años estuve prohibido. Cuando la cosa se puso muy espesa me invitaron a un festival teatral en Lima, organizado por el gobierno de Perú; yo había vivido dos años ahí y me conocían. Entonces fui a renovar mi pasaporte, y no me dejaron. Me hicieron ir varias veces a la policía, qué se yo… Al final la última vez un policía leyó la carta de invitación del gobierno de Perú que yo tenía, la miró y me dijo “Qué lástima que no va a poder ir”, y me la devolvió. Entonces fui directamente al Secretario de Cultura, que en ese momento era un civil que estaba con los militares, y me conocía de cuando hice “Romance de Lobos” con Alcón en el San Martín. Lo llamé por teléfono y pedí una cita con él. Me la dio, y le dije: “-Mire yo estoy prohibido [-Sí, usted está prohibido]; -Yo quiero que ustedes me digan si puedo tener libertad para salir y entrar al país, libertad del trabajo y seguridad sobre mi domicilio y mi persona. Si ustedes me pueden asegurar esto, yo me quedo; sino, yo me voy”. Y entonces me dijo “Mire Alezzo, yo a usted lo aprecio mucho, lo conozco y se del valor que usted tiene como director y lo propuse muchas veces para dirigir espectáculos, pero siempre lo rechazaron. Yo voy a hacer la gestión y le voy contestar”. Pasaron veinte días, me llamó por teléfono -fue muy gentil- y me dijo “Mire, se han comprometido a darle seguridad sobre su persona, no lo van a tocar; seguridad sobre su domicilio; le van a dar el pasaporte para que pueda entrar y salir del país; lo que no podemos darle es libertad de trabajo, usted decida“. Mi madre estaba sola y enferma en esa época, y yo decidí quedarme.
Usted dijo en 2004 que no creía que hubiera un boom teatral en la Argentina. Muchos dicen lo contrario. ¿Ud. sigue creyendo lo mismo?
Sí. Yo creo que hay una gran cantidad de teatro, siempre hubo mucho teatro en Buenos Aires. Había hasta los años cincuenta, 50 salas comerciales, y había como 35 teatros independientes. Y se llenaban. Y trabajaban de martes a domingo: sábado dos funciones, domingo tres, se llenaban los teatros… Después vino la televisión y ahí mermó, empezaron a desaparecer salas, ahora quedaron pocas del circuito comercial. Antes había 50 salas grandes, como el Lola Membrives o el Avenida o el Astral. Cuando hicimos “Las Brujas de Salem” con Alcón en el 73, hicimos dos años a sala llena en el Blanca Podestá, trabajando de martes a domingo, viernes, sábado y domingo dos funciones. Y cuando hicimos “Cándida” en La Máscara (que tenía 200 localidades), hacíamos jueves, viernes, sábado y domingo, a sala llena durante un año entero; bajamos a sala llena. Había mucho, mucho teatro en Buenos Aires. Actualmente se hacen muchísimos espectáculos, eso no se puede negar, pero dan a veces una función semanal.
En el teatro independiente, la mayoría…
Y los teatros oficiales y comerciales trabajan de miércoles a domingo. Domingo una función sola, sábado dos, en los oficiales una. Hay mucho menos público que entonces. Estoy hablando de hace 60 años. Pero antes de la televisión era así. Hasta los años 60. Los teatros se repletaban. Hoy hay muchos espectáculos… y vamos a ver. Hay muchos espectáculos experimentales. Yo no estoy en desacuerdo con eso, todo lo contrario. Pero no son espectáculos de una gran jerarquía artística. Pasando un colador, ¿cuánto queda para hablar del boom? ¿Treinta? Esa es la realidad. Y fíjese usted que actualmente en la calle Corrientes hacen grandes títulos, y muchas veces los hacen muy mal. Ese es el tema. ¿Dónde está el boom? Hay actores de talento, hay algunos espectáculos que son realmente buenos… Ahora, evidentemente Buenos Aires es una plaza teatral en la que hay un gran movimiento, el teatro siempre ha generado mucho interés en Buenos Aires, es una plaza teatral por excelencia.
En este momento Ud. tiene obras en cartel en todos los circuitos. ¿Qué diferencia encuentra, en la práctica, entre hacer teatro independiente, oficial o comercial?
Yo no establecería categorías en ese aspecto. Para mí el teatro es bueno o malo, sea donde sea. Hay espectáculos en la calle Corrientes que son buenos, hay espectáculos en los teatros oficiales que son buenos, y hay espectáculos en las salas off que son buenos. Y en todos esos lugares hay espectáculos malos. Luego va a depender de quién dirige. Para mí es lo mismo, yo dirijo lo mismo. Cuando digo que sí a un proyecto, yo elijo a los actores, siempre. Sino no lo hago. Entonces mi forma de trabajar no cambia mucho. Si un productor me llama y me hace una propuesta de actores con la que no estoy de acuerdo, no acepto. Si me gusta la propuesta, puede que acepte, como por ejemplo cuando hicimos “Master Class” la primera vez. Norma, que es amiga mía, me dijo “Me llamaron para hacer un espectáculo, ¿querrías dirigirlo?” Yo le dije “Encantado, lo hacemos.” Después, cuando vimos la obra, vimos que era mala, había que rearmarla toda, ¡y la rehicimos! Está reescrita la obra, metimos mucha mano. Y quedó bastante bien. Había una parte buena, pero había que peinar mucho, sacar mucha tilinguería. Se dejaron fundamentalmente todos los diálogos que ella tiene sobre el trabajo con los actores. Eso está sacado de las clases de María Callas en Nueva York, y se respetó. Ahora, hay dos monólogos que los inventamos nosotros, cuando ella cuenta de su relación con Onassis y con su primer marido, que van mechados en medio de las charlas con los cantantes. El autor vino, y dijo que era la mejor versión que había visto. Escribió tres monólogos a partir de eso que no estaban en la versión original… Así que en ese caso fue distinto. O como cuando hice “Contrapunto”, que me llamó Gallo y me dijo “Pepe Soriano quiere hacer esta obra, ¿querés hacerla con él?” Yo lo conocía mucho a Pepe y siempre hablábamos de hacer “Todos eran mis hijos”. Pero me dijo que esta obra era muy entradora, que la hiciéramos y después hacíamos “Todos eran mis hijos”. Entonces yo dije “Bien, hagámoslo”, y lo elegí a Sbaraglia. Y justo Tolcachir hizo “Todos eran mis hijos”.
Entonces quedamos en que no hay ninguna diferencia entre los circuitos…
Mire, la única diferencia concreta que hay es que en el teatro profesional a usted le pagan. Y en el otro, usted es el que paga. Esa es la diferencia.
¿Es verdad que tiene pendiente montar algo de Ibsen?
Sí, claro. Pero para hacer Ibsen se necesita tener un elenco… Haría “Juan Gabriel Borkman”, me encanta. Y “La dama del mar”. Casi la hice en España, viajé para hacerla.
¿Y qué pasó?
No se pudo coordinar con los actores. Estaba el elenco armado y tuve una primera reunión, pero era imposible juntarlos. Todos tenían televisión, estaban filmando o haciendo teatro. Estaban todos ahí de cuerpo presente, y les dije “Ustedes dijeron que iban a hacer esto, ¿cuándo quieren ensayarlo?” Y uno no podía porque estaba filmando una película y la tenía que hacer en Zaragoza, otro estaba haciendo dos funciones diarias de teatro, otro estaba con una serie de televisión… Era imposible, entonces me volví. Me pagaron el viaje de ida y vuelta, insólito.
¿Cuál es el terreno común entre la enseñanza y la dirección?
Son dos cosas muy diferentes. Yo diría que son opuestas. Dirigir una obra es tener una concepción de la puesta en escena, de lo que uno quiere decir y cómo quiere decirlo, con qué estética, y llevar un grupo de actores a eso, a que puedan expresar eso exactamente que uno quiere. Una clase es exactamente lo opuesto, uno tiene que dejar que el actor vaya descubriéndose a si mismo, sin imponerle nada, y explicarle simplemente la situación y que la tome por donde quiera, por donde sienta que puede tomarla, que su imaginación trabaje sin ninguna imposición y sin inducirlo a ningún lado, cosa que en una puesta en escena tiene que ocurrir, inevitablemente. Es lo mismo que una orquesta, si cada músico tocara por donde le viene no sonaría lo mismo, sonaría cualquier cosa.
Sin embargo en una clase hay algo de ir mostrando el camino…
Sí, hay que poner señales de orientación. Si el alumno se equivoca hay que avisarle, lógico (risas).
¿Por qué dejó de trabajar como actor?
No lo decidí. Me encantaba trabajar como actor, trabajé 17 años, pero no decidí dejarlo. Empecé a dirigir y me empezaron a llamar para dirigir, y me encantó esta tarea. Y me ganó. Me llamaban para actuar y yo ya estaba comprometido para dirigir, así que lo fui dejando y se quedó atrás.
Una última pregunta. ¿Cuántos años cumple?
77. Es una buena edad.
¿Es un número de la suerte?
(Risas) No me puedo quejar de la suerte, he tenido mucha suerte en mi vida.