Cuando pensás en Actriz dos, tres, diechiocho semanas después de verla, un mes después, o un día antes si estas manija, te das cuenta de que tenés las sensaciones flotando como copitos de nieve adentro de una bola de cristal.

Eso te está pasando por culpa de aquel procedimiento que salta a los ojos de todo el mundo que ve Actriz, pero que se mueve de forma tan peculiar que parece oculto. Hacer que tres vidas se entrecrucen en sus infinitas dimensiones. Desde la lógica hacia la intuición.

Tres personas, tres mujeres, tres actrices, tres madres. Ellas son Nora, la zarpada que cerró la puerta y se fue de su Casa de muñecas, de la mano de Ibsen; Liv Ullman, la estelar actriz y amante de Igmar Bergman (cineasta); y Susana Pampín, la que cada semana se carga al corazón la tarea de recorrer junto con el suyo, el camino de las otras.

¿Cómo ser ella? Se pregunta Nora sobre Nora, ¿cómo ser ella? Se pregunta Liv Ullman sobre Nora y sobre Liv, ¿cómo ser ella? Se pregunta Susana Pampín sobre Nora y sobre Liv y sobre ella.

El trabajo de autora y actriz transforman un recurso en un ying yang del oficio. O sea que lo uno se contiene en lo otro, y así encuentra su totalidad en una dramaturgia, una actuación y una puesta que se ajustan entre sí con precisión y soltura. No falta ni sobra nada, el misterio está mostrado pero no desaparece. Es para darle play varias veces seguidas y continuar imaginando esas vidas con cada detalle narrado.

En la voz y el cuerpo de Susana habita el teatro, la vida vivida, con el humor y la seriedad que merecen. Este monólogo / diálogo funciona también como recordatorio de lo que la historia tiene para decirnos: que la hacemos cada día. Que creamos en ella (y en la actriz).