El trío Demaría–Casablanca–Caponi sacude con una gauchesca blusera en verso que presenta un Martín Fierro a la western. Rimas, campo, impunidad y ternura son los ingredientes para demostrar que el relato entre un hombre y una vaca puede conmover.
La propuesta estrenada en la última edición del Festival de Teatro de Rafaela generaba incertidumbre: ¿Puede funcionar una obra sobre el romance de un hombre con un animal? La respuesta es sí: la zoofilia, bien contada, puede ser una historia de amor.
Para argumentar hay que comenzar por el acierto de la dramaturgia. Una vez más (porque ya lo hizo en la imperdible Tarascones y otras) Gonzalo Demaría vuelve a escribir una obra en verso -900 versos- que tiene ritmo y comicidad. Parece que en joda el autor le mandó a Marco Antonio un video de un gaucho que agarra in fraganti a otro paisano con una vaca y como respuesta del actor recibió un “che, me tenés que escribir un Martín Fierro“. Así fue como cumplió con el pedido que a través de la rima y el vocabulario gauchesco cuenta lo que pasó entre el Baco y la que llamó su “mujer aunque haya nacido vaca”, Blanquita.
El argumento es tan simple como duro, ya que Baco es un gaucho y un guacho. Nació en el campo y fue criado por una vaca. ¿Será que esa madre-vaca o la soledad lo llevan a enamorarse de la charolesa? Claramente el Edipo atraviesa especies. El problema es que las vacas en este mundo capitalista son de alguien. Así que nuestro héroe, que piensa como único antagonista al toro que no respeta porque “preña por inyección”, también se va a tener que enfrentar a (o mejor dicho escapar de) la justicia.
Y ese viaje es el que supone un desafío para la dirección cuando son pocos los elementos para recrear un largo camino por la pampa. Por eso hay que destacar el trabajo del director Daniel Casablanca y el equipo de puesta en escena. Los aciertos tanto en la iluminación, que acompaña al protagonista en todo momento, como con la música original que va desde la canción de telenovela con bombo hasta el heavy metal y ritmos texanos (I’m your fucking cowboy), los efectos sonoros, el vestuario y hasta la caracterización con ojo blanco y dientes podridos, logran que uno acompañe al protagonista por kilómetros y kilómetros de llanura, incluso cuando el hambre lo confunde y puede echarlo todo a perder.
Este Baco, como el dios del vino con guiño al masculino de vaca, también vive una tragedia pero no griega. Marco Antonio Caponi sorprende con su imponente composición, por momentos repulsiva, por su falta de higiene, sus modales incivilizados y la franqueza con la que sólo un delirante expone su marginalidad. El contraste sucede cuando en otros momentos enternece por la inocencia y la frescura que transmite en sus expresiones. Y no es imprescindible, pero sí destacable contar que el actor logra crear un personaje que nos permite olvidar que este año ya lo vimos mucho, tanto en la pantalla chica haciendo Fabito en el unitario El tigre Verón, como en la pantalla grande encarnando Hernán, un personaje clave en la historia de la pre candidata al Oscar La Odisea de los Giles, que es la película argentina más vista del año.
Acompañá a este gaucho inadaptado y sensible en sus andanzas y disfrutá de un texto desopilante con una puesta jugosa y una interpretación vertiginosa que te deja una certeza: “sin amor no se puede ser libre”.
Ficha técnico artística
Dirección: Marco Antonio Caponi
Autoría: Gonzalo Demaría
Actuación: Marco Antonio Caponi
Vestuario: Pamela Martinelli
Iluminación: Gonzalo Córdova
Equipo De Dirección: Mónica Antonópulos, Manuel Caponi
Prensa: Marcelo Boccia
Producción: El Baco