Haydée podría haber sido muchas cosas, pero resultó ser hija, mujer, esposa y madre, y tal vez no esté conforme con ninguna de esas cosas. En la cocina de su casa, en medio de un olor nauseabundo, Haydée recuerda y narra su niñez y quema plástico. Los recuerdos para tapar el presente, el plástico para tapar el olor, aunque no importa cuantas veces se hable de lo que pudo haber sido, lo que es sigue estando ahí, abajo de lo hipotético y no importa cuánto plástico se derrita, abajo de ese olor siempre va a estar ese otro olor.

Es en esta cocina maloliente que Haydée nos cuenta el cuento de quién es ella, más allá de nombres y roles. A la espera de un marido que siempre se va y nunca tiene el coraje de no volver y cuidando de un bebé al que está cansada de darle al teta, Haydée muestra lo que hay debajo de una mujer obsesionada con las palabras largas, con los animales de plástico, con la ortografía y de todo ese plástico quemado que usa para tapar lo que late de verdad.