Reseña
105'

Ojalá las paredes gritaran es una las opciones dentro de la cartelera porteña que le hace ole a los circuitos convencionales. Cada vez más se pueden encontrar estos casos en los que hay un halo de misterio alrededor de su ubicación y de la forma de encuentro del público: uno primero compra la entrada, y después se entera a dónde se está metiendo. Y, además, esta obra en particular supo ofrecer dos versiones posibles: la diurna y la nocturna.

Es un domingo al mediodía, y tengo que encontrarme con un grupo de futuros espectadores en la puerta de una iglesia en Colegiales. Previamente, me habían mensajeado en la semana por Whatsapp para darme la ubicación concreta. Cuando se cumple la hora pactada, quien luego me enteraría que es la asistente de dirección, nos dirige cual guía turística hacia la casa en la que se desarrollará la obra. Y a pocos metros de llegar, ya se siente ese aire de hecho teatral en curso. Música fuerte se escucha desde afuera de la casona y la expectativa murmullada crece.

Ojalá las paredes gritaran es una versión moderna de Hamlet de Shakespeare. Ni bien ingresamos al hogar, dos pibes muy jóvenes (Hamlet y Horacio) están escuchando lo que cualquier pibe joven podría estar escuchando hoy: al Wos y a Ca7riel y Paco Amoroso, referentes actuales del rap y el trap. Volumen a todo lo que da, como si no tuvieran registro de los allí presentes, no sólo del público que de a poco se acomoda, con el extrañamiento y la incomodidad de quien irrumpe de visita en un momento familiar privado, sino también del resto de los personajes aggionardos.

Gertrudis y Claudio arrancan una picadita de domingo al mediodía, con faltas de acuerdo en el código de vestimenta: ella regia y prolija con la copa de vino en mano, él casi en pijama y atragantándose con sus palabras y su picada. Como invitados están Polonio, un pequeño-empresario muy aparato, del tipo que cree que por usar expresiones de internet parece menos encorsetado, y Ofelia, la menos millenial y más enigmática de todas. Incluso me animo a decir que Ofelia, más allá de su vestimenta hipster, es casi atemporal, conserva la tragedia del texto original desde un existencialismo más que desde un signo de la actualidad. Especialmente en comparación al fantasma del Rey Hamlet, el último de los personajes adaptados, traído a la actualidad directamente a partir de un lenguaje musical, de unos sintetizadores disonantes que afectan al cuerpo del no-príncipe.

La casa es de una belleza que, por momentos, distrae. La luz del sol entra por todos lados, inunda el hogar y funciona como signo opuesto a la podredumbre que se maneja en el círculo íntimo. Su arquitectura moderna y minimalista le permite a la directora jugar y poetizar, armar tramoyas desde la terraza que no podemos ver, diálogos fuera de escena desde las habitaciones del piso de arriba, efectos de sonido con pisotadas de un lado al otro. Dentro de lo que sí podemos ver, el patio se cierra o se abre para funcionar como espacio escénico de la obra o de la obra dentro de la obra (“La ratonera”: esa representación de la muerte de su padre, a través de la cuál Hamlet pretende que Claudio confiese). Pero también puede suceder que un personaje actúe desde la calle: espacios públicos y privados tomados por el hecho artístico.

Hacer fricción entre un clásico y una actualidad tan vacua, es un arma de doble filo que puede, a la inversa, vaciar al clásico. El Claudio de Shakespeare comete un plan maquiavélico, en el sentido más literal de la palabra, al matar al Rey de Dinamarca, pero en este caso no hace más que matar a su cuñado para quedarse con su mujer, una hermosa casa y ¿tal vez? una pequeña fortuna. Hamlet, es un niño rico encolerizado por el crimen que cambió las configuraciones de su hogar, pero no queda claro qué significaba su padre para él ni cómo era su relación con él, sino, tal vez, por oposición y odio a lo que simboliza Gertrudis. La obra está tan traída a un ejemplo cotidiano, que me hace preguntar por qué este Hamlet no denuncia a Claudio, se busca un laburo y se va a la mierda, porque ya parece bastante mayor para andar flasheando tragedia por los rincones.

Pero también me pregunto si con este cuestionamiento al personaje no estaré yo misma vaciando al clásico. Estoy juzgando al personaje más paradigmático de la tragedia moderna por su accionar (más bien por su inacción) -como si fuera un compañero de facultad, o un primo lejano-, y desde la mirada de una persona que comparte y habita la sociedad fría y desinteresada que cuestiona Ojalá las paradas gritaran. Como en una “trampa para pajaritos” caí y formo parte de la obra, desde mi rol de espectadora que completa la mirada sobradora sobre Hamlet que tienen su tío/padre y su madre.  La salida teatral dominguera de barrio te envuelve de forma tal que no te olvides de que no se necesita sostener una calavera para afrontarte con una tragedia en la cotidianidad.

Ficha técnico artística

Dramaturgia y dirección: Paola Lusardi
Actúación: Santiago Cortina, Martín Orlando Gallo, Augusto Ghirardelli, Mariana Mayoraz, Julian Ponce Campos, Antonella Querzoli
Asistencia de dirección y co-autora: Leila Martinez
Colaboración en dramaturgia: Andres Granier
Producción: Marian Vieyra, Matías Macri y Ariadna Mierez
Colaboración en producción: Ailín Ponce Campos
Fotografía: Julieta Rodríguez
Diseño de vestuario: Paola Lusardi
Colaboración en vestuario: Vanesa Abramovich
Música: Santiago Cortina e Ignacio Cantisano
Diseño gráfico: Francisco Rojas
Textos: Patricio Ruiz
Asistente de escena: Agustina Rittel
Diseño de movimientos: Marina Cachan

Acceso para Farsos

Si ya sos usuario ingresa, sino hace click y registrate.