¿Qué pasa en los festejos familiares cuando está prohibido bailar? Farra está construida alrededor de esta paradoja. Será por eso tal vez, que las directoras y coreógrafas  Ana Gurvanov y Virginia Leanza decidieron trabajar con actores no bailarines: Andrés Ignacio Granier y Francisco Benvenuti. Dos intérpretes virtuosos, magnéticos y sugestivos, que entre números musicales, karaokes, retazos biográficos y fragmentos marinos, despliegan este objeto, tan seductor como inclasificable: Farra.

Porque si bailar es lo que fue expulsado entonces en Farra irrumpe como revancha de dos adultos. Un espectáculo como una fiesta, sobre las fiestas, una celebración que decae y se reanima, un pulso entre sirenas y números de océanos, como los bailes de las películas. En palabras de sus protagonistas: “una canción de bienvenida, un falso recuerdo, una danza frenética, una canción que nadie baila, una ilusión”. Y los gestos de afectos, y la inhibición, y el reconocimiento: ¿son dos amigos, dos actores, dos amantes?

Farra suspende las clasificaciones, eso que la sociedad produce en forma de dicotomía: lo masculino y lo femenino, bailar y no bailar, la alegría y la tristeza, la danza y el teatro, el actor y el bailarín. Y esas fronteras las motoriza para disolverlas, las desintegra para volverlas obra. No son tantas las propuestas de la cartelera que se construyen sin recurrir a un texto como soporte narrativo. El espectáculo asume esa dispersión y en su recorrido vuelve y revuelve sobre la misma pregunta: ¿qué pasa cuando los momentos excepcionales nos encuentran de brazos cruzados? ¿Es el teatro pese a todo un lugar de fiesta? ¿La vida es mejor de a dos?

En un momento los actores suben a la platea, y aclaran que no le van a hacer nada malo a nadie, que solo les van a cantar un pedacito de una canción. Porque si el teatro es una fiesta, entonces los que miran sin ser parte, de pronto ocupan el lugar de invitados. Farra les devuelve el regalo de estar ahí, en forma de ese gesto amoroso de contacto.